Por lo regular, los cierres de año eran informativamente muy pobres, si acaso algunos pendientes en el Congreso, casi siempre en torno a temas presupuestales, nada muy escandaloso, poco ruido salvo quizá algún hecho relevante, alguna triste calamidad, algún tema internacional, nada pues en comparación a lo ajetreado del año, diciembre ya era un tiempo de vacaciones desde el momento mismo en que se pitaba el arranque del Guadalupe Reyes, pero no es así, ¡qué cierre de año estamos viviendo!
A nivel internacional, por ejemplo, la cosa se ha puesto muy inestable desde que a principios del 2022 Rusia invadió a Ucrania y se antoja que va para ponerse mucho peor.
El discurso que ayer pronunció Zelensky en el Congreso Estadounidense no pinta solamente la situación de un país que se ha vuelto territorio de combate proxy para una nueva edición de la Guerra Fría, sino un gran bosquejo de nuestro tiempo: el mundo se debatirá entre las democracias y los populismos.
En México, para desgracia de quienes amamos las libertades, nos ha tocado un lánguido sitio en esta historia, López Obrado r es uno de los más tristes reflejos del populismo estridente en el globo, una calca del populista de manual: egocéntrico, totalitario, enfermo de hibris, arrebujado por el ejército, intolerante a los contrapesos, un hombre resentido con afanes históricos que busca destruir todo lo que no hieda a él, un viejo caudillo.
Por supuesto que no es el único, imposible aislarnos del mundo que hoy se divide entre líderes democráticos y líderes populistas, entre los primeros que buscan fortalecer instituciones y blindar las libertades económicas, políticas y sociales, que conocen de sobra sus límites y no se atreverían jamás a traspasarlos por el respeto a la ley y, entre los segundos, a los que les vale madre prácticamente todo, salvo ellos mismos que no encuentran límite alguno a sus delirios de poder.
Sí, es cierto, clarito, López Obrador quiere destruir el sistema democrático que lo llevó al poder y así poder mantener “su movimiento” o “su transformación” o ¿su maximato?; al tiempo, quién sabe si después del 2024 el lopezobradorismo aún sobreviva y si lo hace ¿por cuánto tiempo más?, ¿2026?, ¿2030?, ¿2100?
Empero, si todo sigue como va, parece que en lo que resta de la década estaremos clasificados entre los países que aborrecen las libertades pero viven con una cultura de veneración para sus líderes populistas, México no parece que se contará entre países democráticos como Estados Unidos, sino como un híbrido más inclinado a golpistas y dictaduras como Rusia, Cuba o Venezuela.
Aunque, de cualquier forma, ¿qué pasará después del 2024 en los Estados Unidos?, ¿nos tocará presenciar la caída del sistema “democrático” del Tío Sam y su llegada triunfal al populismo totalitario?
¡Ya!, paren el tren que me quiero bajar un ratito, demasiado para mí por este año, me tomo algunos días de descanso, no sin antes desearle lo mejor para el 2023, gracias por haberme dejado acompañarle, ¡nos leemos pronto!
De Colofón.- Cuándo yo era un adolescente veía a Ciro en CNI Canal 40, desde entonces ha sido uno de mis grandes referentes. Se le siga o no, se le admire o no, la realidad es que nadie merece el trato mezquino que se vomita todos los días desde Palacio Nacional, el presidente debe calmarse, ni a él mismo le convienen sus declaraciones.
Y todavía faltan 648 días para que termine el sexenio.
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