Quizá los vandalitos que cometieron destrozos hace un par de días en la Ciudad de México no tengan oportunidad de salir este fin de semana, seguramente estarán castigados, encerrados en sus cuartos o enviados al rincón para reflexionar sobre sus acciones, sus abues deben estar muy enojados; corren rumores, extraoficiales, ciertamente, de que a uno de ellos hasta le dieron nalgadas con el cinto, lloró poquito e hipando prometió portarse bien y bonito, ser un vándalo de provecho.
No sé si el Presidente estaba bromeando cuando, previo a la marcha por el dos de octubre, amenazó a los anarcos con “acusarlos con sus papás y sus abuelos” que seguramente no estarán de acuerdo en sus actos… ¿era un mensaje oculto?, ¿una metáfora?, ¿un chiste que nadie comprendió?, parecía muy serio, dijo, incluso, que hasta “se dejaría de llamar Andrés Manuel”.
Quizá López Obrador, en sus más profundas creencias, considera que, efectivamente, con el apoyo de la familia y el fortalecimiento de los valores “tradicionales” todo el país cambiará, empero, su monocromatismo social puede terminar por ser extremadamente peligroso.
El Presidente es, claramente, un maniqueo, como cualquier populista de manual considera “buenos” y “malos”, su narrativa es efectivísima por su extrema simpleza: quién no está con él no quiere el bien de México, quién está con él es parte del cambio “verdadero”.
Pero su reduccionismo no termina en la política sino que trasciende a su visión de la sociedad. Si Peña Nieto pensó que gobernar el país era un tanto más complejo que mandar en Atlacomulco, López Obrador considera que los valores de su niñez en Macuspana viven soterrados en algún escondrijo del “alma” mexicana.
Parece que el Presidente no solamente se empecina en desconocer y negar la diversidad de su pueblo más allá del indigenismo y la marginación, sino que también hace un esfuerzo, casi sobrehumano, por cegarse ante la realidad de una sociedad que se va tornando cada vez más violenta.
Algún vandalito se habrá salvado del regaño quizá porque sus padres estén muertos, tal vez asesinados, cosa en el contexto de nuestra realidad suena ya a un lugar común, pero es factible que también hayan sido abandonados, rechazados casi desde su nacimiento y condenados a la marginación familiar…
No, no todas las familias mexicanas se parecen a la infancia inocente y bella de Macuspana, éste es un país que comparte las problemáticas del mundo que el presidente también gusta de negar, por ello, minimizar la violencia y la realidad a un melodrama de la época de oro del cine nacional puede ser un tanto peligroso pues, como un adicto, evade el problema y pospone indefinidamente su solución.
Vandalitos malos, vandalitos malos… los que no tengan madre esperen el regaño de su Presidente y como los machos, ¡aguántense las lágrimas!
De Colofón.- No andarán buscando una Corte a modo… ¿verdad?
@LuisCardenasMX