“Para el ejército me declararon inutilísimo. Si hubiera guerra, yo sólo serviría de rehén”
Woody Allen.
Hace algunos años, los marinos y los soldados de la República no eran para el hoy oficialismo, precisamente, “pueblo uniformado”, sino unos asesinos que sistemáticamente masacraron jóvenes “inocentes”. Los militares encarnaron, para la cuarta transformación, la responsabilidad, directa o indirecta, de Ayotzinapa, fueron cómplices de la muerte en Tlatlaya… Pero, de pronto, la narrativa cambió, López fue, como en tantas otras cosas, antípoda de su reflejo.
El Ejército y la Marina mexicana tuvieron que soportar los escupitajos de un candidato grosero, limitado y estridente que los culpaba públicamente de la violencia que crecía a niveles alarmantes y, cómo los héroes que son, resistieron sin problemas.
La Cuarta y sus fanáticos fueron responsables de difundir mentiras salvajes contra los uniformados, se beneficiaron del atroz argumento, construido a base de sangre, que los pintaba como autores de crímenes de lesa humanidad versus un pueblo bueno y sabio.
Como siempre pasa, y como siempre pasará, la realidad alcanzó al caudillo chirriante.
En su transición de candidato a mandatario, de borracho a cantinero, el presidente fue convencido, ¿manipulado?, de que la única opción para evitar que su gestión se convirtiese en la más violenta de la historia consistía en dotar de poder absoluto al ejército, ¿qué le habrán dicho a López Obrador en aquella reunión para que su discurso beligerante cambiara radicalmente al de un mandatario coligado al poder militar?, ¿cómo es que lograron convencer al inconvencible?
Vino después, ya en el poder, la consolidación de la Guardia Nacional y la erosión de cualquier contrapeso civil en la seguridad pública del país. ¡Cuántos porristas de López terminaron traicionados, mudos algunos, al ver el engendro en que se convertían sus sueños y sus “influencias” para el nuevo gobierno!
Mandaron al carajo a la Policía Federal, sin importar que acumulaba éxitos y aceptación, humillaron a todo aquel que no fuese heredero de la carrera de las armas y mandaron al carajo, también, a la inteligencia civil, sin importar la educación de hombres y mujeres preparadísimos para el combate estratégico que terminaron degradados a cuidadores de edificios, a veladores de pacotilla.
No sé si Calderón alguna vez soñó con militarizar al país, pero el engendro que el presidente ha parido bajo su extremo poder palidece a las más extravagantes y fascistas ideas que pudieron haber surgido durante el panismo o el priato.
Creo, firmemente, que los militares, la mayoría de ellos, son mexicanos que merecen el más alto reconocimiento, insignes ejemplos de valentía y en muchos, muchísimos casos, mártires de la guerra que se libra en varios territorios de la nación.
También, creo que no deben construir aeropuertos ni bancos y que sus acciones deben ser estrictamente acotadas. Creo que urge un mando civil.
Ahí están los resultados: López Obrador encabeza el gobierno más violento en la historia reciente.
De Colofón
¡Enhorabuena por la Corte!. Una buena noticia para la democracia entre tanta mierda. Tip: Cuando uno se registra como candidato, habrá que cerciorarse cuándo terminará su periodo.