Parece una versión salida de la borrachera política, un tiempo en donde todo se vale, entre más delirante la propuesta mejor, más aplausos proporcionales al nivel de estupidez.
La última vez que se desaparecieron poderes en México fue el 29 de abril de 1975, cuando se destituyó al gobernador de Hidalgo, Otoniel Miranda, que había asumido el cargo en una controvertidísima elección que derivó en protestas campesinas salvajemente reprimidas pero, evidentemente, sin la venia presidencial.
Otoniel nunca fue favorito de Luis Echeverría, su gubernatura apenas duró 27 días y, sin más pruebas que la vox populli, todo apunta a que su salida obedeció, más allá del uso de la fuerza contra el “pueblo”, a una vendetta del Presidente contra el protector y padrino de Miranda, Manuel Sánchez Vite, que lo había impuesto como candidato sin la aprobación de Echeverría… Se habían salido del huacal y su indisciplina traería consecuencias, así funcionaba el priato.
Con Otoniel Miranda desapareció también el Congreso y el Poder Judicial Estatal, que por aquellos ayeres no eran más que un ornato para mantener en la nómina a los compadres, un florero y ya.
A comparación del Hidalgo de 1975, Tamaulipas, Guanajuato o Veracruz atraviesan por mayores y más complejos problemas e, igual que el Hidalgo de entonces, la solución no pasa por los berrinches ni por arrebatos políticos.
Desaparecer poderes es una tontería, uno de los mayores sinsentidos democráticos, hasta como argumento de provocación suena pueril y estéril.
Empero, hay un grave problema, si bien Morena y sus aliados no tienen la mayoría calificada en el Senado, el único órgano con la capacidad de desaparecer los poderes, tampoco están tan alejados de lograrla mediante acuerdos de todo tipo y calaña.
Si en el primer año del Senado hemos sido testigos de estas aberrantes tentaciones autoritarias, nada garantiza que en los próximos no terminen triunfando.
La desaparición de poderes es una facultad muy seria, la mayoría de los países democráticos la contempla de alguna forma, siempre, eso sí, como un último recurso ante una situación límite, una amenaza soberana, por ejemplo.
En México, durante los años del viejo PRI, desaparecer poderes era una muestra de los chicharrones que más tronaban, o sea, los del Presidente…
Lo curioso es que la “nueva” clase política respire tanta nostalgia del pasado.
De Colofón
En el basurero de Tepecoacuilco no los están buscando vivos, cinco años más tarde es complicado que las evidencias se mantengan, como si fueran la tierra.
@LuisCardenasMX