A principio de los años noventa me compré un coche convertible, era un Triumph TR2 Roadster del año 1955, color plata, con interiores negros de piel. Estaba en muy buenas condiciones de carrocería y con los problemas normales de tirar aceite que cualquier auto clásico pudiera tener; si mal no recuerdo, pagué unos $80,000 pesos por él, porque simplemente no me hubiera alcanzado si me hubieran pedido más.
El convertible lo sacaba los sábados y domingos cuando mis hijos eran pequeños y, de vez en vez, tenía algunas fallas mecánicas que no eran tanto problema en su arreglo, pedía refacciones a Goleta, California, una firma que hasta la fecha surte refacciones a todos los aficionados de los autos clásicos ingleses.
Un buen día no arrancó por lo que se fue quedando al final del garaje de la casa cubierto por una lona para protegerlo del sol y de la lluvia, así iba a estar hasta que lo mandara a arreglar; pasaron algunos meses y por desidia, por la falta de piezas y por muchas razones más, el Triumph TR2 estaba acumulando polvo y mugre y no se movía del final del garaje.
De esta manera comenzó una presión fuerte de parte de Patti, mi esposa, con los argumentos clásicos de que para qué teníamos el convertible si no funcionaba, que se estaba echando más a perder por minutos, que había que invertirle un dineral, que no valía la pena... que para qué... así, gran cantidad de buenas y sólidas razones.
Y como suele suceder en la vida... llegó el momento donde lo mejor era vender el convertible, ahorrarse el dinero de las refacciones y mecánicos y evitar toda la presión que mi mujer ejercía cada vez que se asomaba al final del garaje donde se encontraba el Triumph TR2.
Fue más fácil encontrar al comprador que tomar la decisión; un amigo de uno de mis hermanos que buscaba un clásico inglés, al saber que se vendía, me propuso un trato y me pagó con una cantidad en efectivo y con un reloj. Sí, un reloj Rolex GMT con el bisel rojo y azul, el famoso Pepsicolo.
La verdad nunca he sido de relojes y el Rolex GMT se guardó en un cajón porque no me atrevía a ponérmelo por la cantidad de historias de amigos y conocidos a los que les habían robado su reloj Rolex; estoy hablando de mediados de los noventa cuando existía la Banda de los Rolex. Bueno, la situación no es muy diferente a la que vivimos en estos momentos.
El reloj permanecía en un cajón sin usarse. Un buen día, platicando con Patti, decidí que para qué tenía el reloj en el cajón, para qué lo quería, así que hablé con un amigo joyero y le pregunté que qué me recomendaba hacer, que la verdad me daba miedo usarlo porque era Rolex y que se iba a quedar dentro del cajón.
Un día el amigo joyero a quien le interesaba el Rolex, me mandó a mi casa unos relojes para que escogiera, entre ellos venía un Breitling modelo Cockpit, bonito reloj, más discreto y sin grandes pretensiones. Así que hicimos el trato, él se quedó con el Pepsicolo y yo con el Breitling, además de dinero en efectivo que estoy seguro no fue mucho porque de lo contrario, me acordaría de la cantidad.
A la fecha tengo guardado el Breitling en un cajón. Lo utilicé diario durante muchos años, tan es así que, por tanto uso, le cambié tres veces la correa de piel.
Ahora que han pasado tantos años hago un ejercicio de valores entre el Triumph TR2, el Rolex GMT Pepsicolo y el Breitilng Cockpit y me encuentro con que hoy en día el Triumph TR2 1955, más o menos como el que yo tenía, debe rondar entre los $400,000 y $450,000 pesos; el Rolex GMT Pepsicolo, que para esta época ya es vintage, debe andar entre los $250,000 y $450,000 pesos y mi Breitling Cockpit tiene un valor de alrededor de $35,000 pesos en este momento.
La verdad no sé si mi valor estimativo al Breitling llegue a los $365,000 que se necesitan para llegar al promedio de $400,000 pesos del convertible o del GMT.
En resumen, habría resultado mejor invertir en refacciones, mecánico y tiempo al Triumph y conservarlo, pero así es el mundo de los objetos, unas veces ganamos y otras mejor nos olvidamos.