Después de la visita de hace dos semanas al tianguis del parque Ignacio Chávez en la avenida Cuauhtémoc y ver la cantidad de juguetes y coches a escala, me acordé que alguien me había comentado que existía en la Ciudad de México el Museo del Juguete y este lunes fuimos a visitarlo.
El museo se encuentra en la calle Dr. Olvera no. 15 en la colonia Doctores, abre de lunes a viernes de 9 a 6 de la tarde, sábado de 9 a 4 de la tarde y domingo de 10 a 4 de la tarde,la entrada cuesta cincuenta pesos y tiene estacionamiento muy conveniente en la misma propiedad, se pagan diez pesos por coche. Estacionamos el auto y nos indicó el cuidador que podíamos entrar al museo por una puerta al frente del edificio, que en otra época fuera un edificio de departamentos habitacionales.
Caminamos por la estrecha entrada y subimos la escalera que lleva a la primera de siete salas en las que se exhiben los juguetes y objetos. Este no es un museo convencional, muestra juguetes comunes para gente común, las salas se encuentran con vitrinas llenas de juguetes; dichas vitrinas son objetos reciclados como puede ser una lámpara-reflector gigante donde se exhiben a unos motociclistas de plástico como si estuvieran dando vueltas dentro de las esferas de un circo haciendo los pasos de la muerte; hay otras vitrinas que en algún momento fueron exhibidores de farmacia y otra que es una rockola llena de muñecos que tocan algún instrumento o que cantan.
El museo fue abierto en 2008 y la idea original es del arquitecto Roberto Y. Shimizu K., mexicano de origen japonés que colecciona juguetes desde que tenía ocho años y de quien ahora en exhibición hay más de 45 mil de ellos, además de otra cantidad mayor de juguetes que se encuentran en bodegas y que se van reciclando para mostrarse en algún momento en las exhibiciones. Mucho de esto nos lo explicó nuestro guía que nos llevó por todo el museo.
No pretendo hacer una narración muy detallada de cada una de las salas, pero sí platicar las que más me impactaron. En la sala principal se encuentra lo que fuera la máscara de alrededor de seis (o serán nueve) metros de altura de un personaje negro, con la boca abierta y los ojos que se mueven de un lado al otro que estuvo en el salón de baile Colonia que se encontraba en la colonia Obrera. Esta máscara era parte del escenario principal y dentro de la boca abierta del negro se colocaba el piano de la orquesta que musicalizaba el lugar. Hoy, de la máscara salen máscaras de todos los colores. Frente a ella está un rótulo de bandera que anuncia a la Juguetería y Dulcería Avenida que se encontraba en lo que era San Juan de Letrán. Tanto la máscara como el rótulo fueron rescatados por el Arquitecto Shimizu.
El museo contiene juguetes y objetos relacionados con la cultura popular mexicana del siglo XX. Así, encontramos en una sala objetos que fueron diseñados para las Olimpiadas de México '68. Hay unas figuras de aproximadamente 20 centímetros que representan al típico mexicano panzón con sombrero –quizá inspiradas en alguna caricatura de Abel Quezada– en las diferentes disciplinas olímpicas, como son: tirando esgrima, un clavadista, un futbolista y uno tirando con pistola. Nunca los había visto y francamente me gustaría encontrar alguno para una vitrina que tengo de curiosidades.
No podía faltar un salón donde se exhibe lo que es la lucha libre mexicana. Hay objetos de El Santo, sobre él, nos platica nuestro guía que se quitaba la máscara y salía de la arena en la que estuvieran esa noche luchando para comprar objetos con su imagen y muchos de los programas de ese día que utilizaban los vendedores para hacer cucuruchos y vender pepitas. También hay carteles de las películas en las que los luchadores eran los protagonistas, así como los cómics del mismo tema.
Hay aviones a escala por todos lados y en una de las vitrinas vemos unos fabricados por un modelista mexicano muy famoso conocido como “Chicho”, según nos comenta el guía.
Otro de los pisos está lleno de muñecas Barbie, aquí las niñas se pueden vestir como la muñeca; hay Barbie originales y las que se hicieron “pirata”, así como la primera Barbie mexicana que se llamó Señorita Lili, producida por la compañía Lili Ledy, fabricante de juguetes de toda una época en México, anunciada seguramente por el Tío Gamboín. A esta Señorita Lili le crecía o encogía el pelo con solo introducir una llave en la espalda y girarla hacia un lado o hacia el otro. Después de la Señorita Lili, que fue de los años sesenta, nació Bárbara Lili, que hablaba; toda su ropa se hacía en México y así tenemos a esta muñeca vestida de sobrecargo de Mexicana de Aviación; el piloto no era Ken sino Ricardo, quien también está dentro de las vitrinas del museo. Termina la explicación de las Barbie con la fabricada por la compañía Cipsa Mexicana.
Hay que recordar que hubo marcas mexicanas de juguetes como las dos que mencioné previamente: Lili Ledy y Cipsa, pero también teníamos Jugarama, Plastimarx, Mi Alegría, entre otras; para niñas estaban las marcas de muñecas Elizabeth, Dalila y Beatriz. Muchos de los juguetes exhibidos fueron comprados en tianguis, subastas y mercados de pulgas.
Este es un museo de sentimiento, donde el último salón que visitamos exhibe en forma temporal las botargas y objetos utilizados en la producción de Odisea Burbujas, creada por Silvia Roche para la televisión mexicana y donde aparecen el Profesor Memelovsky, Patas Verdes, Pistachón Zig-Zag, entre otros.
Recomiendo que si visitan el museo pidan una visita guiada para que les expliquen muchos de los detalles de los juguetes, repito que es un museo no convencional que para algunos va a traer recuerdos de lo que fue su niñez y a otros les mostrará un poco más lo que fue México. Al final hay una tienda en la que es posible adquirir algunos juguetes, por mi cuenta compré una caja que trae un auto modelo Bentley 1929 41/2 litros, de plástico, para armar, que se canjeaba con las corcholatas de los refrescos Orange Crush o Titán –en esa época manejada por Robina S.A.– y que se cambiaban en el camión repartidor o en las 13 casas de Modelandia. Seguramente el museo inspirará a nuevas generaciones para coleccionar lo que fue el juguete mexicano de los sesentas y setentas.