Hace unos meses comentaba en esta misma columna la anécdota del par de cómodas francesas que al final terminaron siendo una sola. Recuento un poco la historia, uno de nuestros clientes más asiduos compró una cómoda francesa en una de nuestras subastas y se la llevó a su casa dejándola en la cochera junto con otros muebles, libros, vajillas, tallas, pinturas que había estado adquiriendo en los últimos meses.
Así las cosas, el tiempo pasaba y los objetos permanecían allí, hasta que un buen día la esposa cansada de tener bloqueado el estacionamiento y de convertirlo en bodega, teniéndolo además que cuidar decidió hacer una limpia y nos envió la cómoda francesa junto con otros objetos para sacarlos a su venta en las próximas subastas.
Semanas más tarde la cómoda francesa volvió a aparecer en el piso de remates y nuestro cliente frecuente después de pelearla contra otros dos interesados, la volvió a comprar creyendo era la pareja de la que ya tenía en su cochera. Era de esperarse que su mujer no hubiera compartido los planes ni últimos movimientos de la limpia del garaje, y la sorpresa de ambos resultó mayúscula al recibir nuevamente en la cochera, la ahora ya famosa pieza de ebanistería tras su regreso a subasta.
En su oportunidad nuestro cliente frecuente la compró convencido de la validez del principio de que una pieza vale uno y dos valen tres; siendo una regla que se aplica a los objetos que son pares por su propia naturaleza; por ejemplo, un par de tibores, un par de aretes, un par de pinturas. Nosotros como subastadores recomendamos a los que van a vender o heredar que mantengan siempre en pares las cosas que lo son porque tienen más valor a la hora de venderse. Así que cuando nos comentan que quieren darle un arete a cada una de las hijas nuestra opinión es que no se reparta de esa manera.
En junio de 1994, tuvimos una subasta donde no se respetó esta regla de mantener los pares. Consignamos para la venta en subasta dos óleos sobre tela de vistas del interior y exterior de la Hacienda de la Teja en el año de 1869, cada pintura de 60 x 80 cm., pintadas y firmadas por el paisajista mexicano Luis Coto y Maldonado (1830-1891), discípulo de Pelegrín Clavé y Eugenio Landesio en la Academia de San Carlos.
Los cuadros se incluyeron en la subasta por separado con su número de lote individual. El primero en salir fue la vista del exterior de la Hacienda, el más atractivo de ellos. La teoría indica que los interesados se disputarían mucho el primero subiendo el precio, mientras se esperaba que el segundo, el del interior, tendría que ser adquirido por quien comprara el primero para así tener el par, lo que haría que se incrementase el precio.
La realidad fue otra, la vista del exterior sí fue competida como se había esperado, ganándola un empresario. Tocó el turno al segundo óleo, el de la vista del interior de la Hacienda, y en la sala había mucha expectativa después de presenciarse la disputa por el primero: ¿cuánto podría subir? ¿qué tanto pagaría el comprador para tener la pareja?. A la hora buena el resultado decepcionó por completo, ya que el empresario dueño ya del primero, ya no se encontraba siquiera en la sala para cuando salió la obra del interior. Jamás nos imaginamos que eso pudiera suceder. El segundo lo compró un banquero que compitió por el primero, siendo vencido en esa puja.
Quizá, no se entendían o hasta no se querían los paisajes interior y exterior; por eso partieron por caminos diferentes. Espero que llegue el día en que alguno de los dos vuelva al salón de remates a buscar a su antigua y original pareja.
Como dato curioso, la Hacienda de la Teja al lotificarse se convirtió en la Colonia Cuauhtémoc, siendo el primer fraccionamiento de pretensión aristocrática desarrollado en las postrimerías del Porfiriato en la Ciudad de México. En 1905 los terrenos se comercializaron con superficies variables, desde 345 hasta 1,400 m2. Las calles fueron trazadas en forma paralela o perpendicular al Paseo de la Reforma. Y la nomenclatura se resolvió otorgándoseles a las calles paralelas (dirección oriente-poniente) nombres de ríos mexicanos: Lerma, Pánuco, Balsas; en tanto las calles perpendiculares (orientación norte-sur) recibieron nombres de ríos del mundo: Misisipi, Tíber, Sena. Entre sus residentes ilustres sobresalieron el presidente Venustiano Carranza (Río Lerma 35), el escritor Bruno Traven (Río Misisipi 61), y los poetas Octavio Paz (Guadalquivir esquina Paseo de la Reforma) o Pita Amor (Río Duero 8).