Eran principios de febrero de 1991, ya estaba oscureciendo con un frío que se me metía en los huesos. Llegué a registrarme al The Connaught en Mayfair, Londres. Ingresé por la puerta principal; en aquella época la entrada era como si fuera de una residencia cualquiera, entré al hall de recepción iluminado con un candil al centro y donde inmediatamente sentí el calor muy agradable de los leños quemándose en la chimenea frente a la recepción a la que me acerqué para el registro; muy atento, un empleado detrás del mostrador buscó mi nombre en las reservaciones, sacó y me dio la hoja de registro para firmar (en aquella época en el Connaught no pedían ninguna garantía), la firmé y me entregó la llave de la habitación, me preguntó qué periódico quería por las mañanas y me dio los horarios del desayuno, me señaló donde se encontraba el bar y el restaurante y discretamente me comentó que en todos los lugares públicos del hotel se pedía que se utilizara saco y corbata.
Con la llave en mano di media vuelta y frente de mí estaba el conserje detrás de un mostrador muy elegante, a sus espaldas, un mueble con casilleros numerados de cada habitación donde se colocaban las llaves y la correspondencia, todo bajo una escalera majestuosa con barandales y remates de caoba oscura, muy elegante.
Fui subiendo la escalera, que es muy ancha y toda forrada de caoba con remates de moldura en hoja de oro, con escalones cubiertos de tapete con un diseño muy discreto, rumbo a mi habitación. Al ir subiendo, me encuentro con una pintura antigua con un perro diferente en cada descanso que simboliza que has llegado a casa, lo mismo sucede al bajar la escalera, pero ahora se trata de una pintura antigua con un caballo y simboliza buen viaje y que vayas con suerte.
Para llegar a las habitaciones, todos los pasillos estaban muy bien iluminados, con lámparas de bronce y cristal de roca, con pantallas sobre cómodas inglesas o francesas del siglo XVIII o XIX sobre tapetes persas, algunos bien gastados. Abro la puerta y entro a la habitación; me llama la atención lo sencilla y al mismo tiempo fina que es, una cama individual pegada a la pared, con un buró con su lámpara, tapetes persas, grabados en los que se representan escenas de cacería del tigre y jabalí en la India del siglo XIX colgados en una pared pintada color amarillo huevo, un escritorio, un sillón con el mismo tapiz que las cortinas y el cubrecama, un baño pequeño con muebles de porcelana blanca de los años cincuenta, todo en el contexto de una casa de campo de fin de semana inglesa.
Este relato sale a colación por el artículo que leí en la revista The Spectator Life que dice que ahora el Connaught –que ya ha ido cambiando de fisonomía y también de clase de huéspedes (es mucho más ostentoso de lo que era)– tiene un bar, el Connaught Bar, ubicado en lo que era una sala de estar (drawing room) en la planta baja. El bar ahora está especializado en Martinis y está forrado con espejos de piso a techo, con pinturas y arte contemporáneo, además cuenta con una muy extensa y selecta lista de whiskies en la que puedes encontrar un Bowmore (Islay) de 1960 y unos muy viejos Springbanks (Campbeltown), así como otros raros de encontrar como el Macallan 1948, embotellado a los 51 años, cada “shot” lo venden en 1,248 libras esterlinas (32,500 pesos aproximados).
En comparación con el Connaught, aquí en Morton Subastas la semana pasada vendimos una botella de Macallan 1946 Select Reserve (750 ml) con un añejamiento de 52 años en barricas de roble español que antes añejaron jerez.
Esta botella salió de la barrica número 463 y alcanzó un precio de martillo de 500,000pesos (616,000 pesos con premio), lo que equivale a unos 30,500 dólares, esto en la Subasta de Vinos de Colección, Uso Diario y Destilados del 4 marzo.
A nivel mundial, la botella hasta el momento que mayor precio ha alcanzado en subasta es un whisky Macallan 1926 de 60 años (embotellada en 1986) de 700 ml.
Se subastó en Sotheby’s en Londres en octubre del año pasado en 1,452,000 libras esterlinas (incluye premio de la subastadora). Esta es la quinta botella de Macallan del año 1926 que rebasa el millón de libras esterlinas; salieron 40 botellas de esa barrica, la número 263 en 1986 y sólo a 14 les dieron el Fine and Rare Label. El comprador, según dice la subastadora, no la compró para beberla, sino por capricho para ir completando su colección.
Esta subasta en Sotheby’s Londres, fue la colección de un solo propietario que consignó para vender 460 botellas de su cava, vendió el 100%, llegando a los diez millones de dólares de martillo, muy buen dinero para la cantidad de botellas que salieron a subasta.
Para los lectores a quienes les gusta el whisky y las subastas, la semana que viene, el 18 de marzo, hay una subasta en Sotheby’s Londres, Finest and Rarest Spirits, con 87 lotes entre los que sobresale una colección de seis Macallan de diferentes años, en botellas de cristal de Lalique (Six Pillar Collection) con estimados de 320,000 a 480,000 libras esterlinas. Hay una botella de whisky japonés Karuizawa de 52 años (embotellado en 1960) Zodiac Rat Cask de 160,000 a 220,000 libras esterlinas, varias botellas de Gordon & MacPhail con etiquetas en conjunto de otras destilerías, también más botellas de Macallan de diferentes años y presentaciones, hay Balvenie, Bowmore Islay, Lagavulin, Springbank, entre otros; me llamó la atención una de Chivas Regal de 50 años, Royal Salute, por el estimado de 11,000 a 14,000 libras esterlinas; hay botellas con salidas desde 20 libras esterlinas, por lo que nadie puede quedarse fuera por falta de presupuesto.
Regresando a lo que era la sala (drawing room) del Connaught, tengo una historia que nos sucedió antes de todo el cambio y remodelaciones que ha sufrido el hotel, antes de las celebridades, antes de los precios estratosféricos de las habitaciones, antes de las listas de whiskies.
Resulta que, estando hospedados en el Connaught, una noche salimos a cenar Patricia mi esposa, su primo Lorenzo y yo a algún restaurante cercano, no recuerdo exactamente dónde, pero regresamos al hotel ya cerca de las doce de la noche; como explicaba previamente, la entrada era como la de una residencia y a esa hora la puerta ya estaba cerrada por lo que tocamos el timbre y rápidamente un joven nos abrió para dejarnos pasar; ya en la recepción, le comentamos a quien tan amablemente nos abrió, que queríamos tomarnos un nightcap (último trago) antes de irnos a dormir; Patti mi esposa, se subió a la habitación y nos dejó solos a Lorenzo y a mí, que obedientemente seguimos al muchacho quien abrió la puerta del drawing room. El salón estaba todo apagado, entró y buscó los apagadores, prendió los candiles del techo y unas lámparas que estaban en las mesas que flanqueaban un sofá al fondo del salón, de un armario sacó dos botellas diferentes de whisky (ya estaban abiertas), acto seguido salió de la sala y en un momento regresó con una cubeta de plata con hielo (poco), dos vasos, una jarrita de cristal con agua, todo lo dejó en la mesa frente al sofá, nos volteó a ver a la cara y nos pidió de favor que cuando saliéramos apagáramos todas las luces. Eso era el Connaught que conocía y al que fuimos un sinnúmero de veces hasta que llegaron las celebridades, el dinero y otros huéspedes.