En los años setenta íbamos los fines de semana al rancho familiar en Querétaro, que incluía un casco de hacienda de fines del siglo XVIII, se llegaba por una terracería de más de ocho kilómetros, en cuyo recorrido casi siempre encontrábamos a las mismas personas compañeras de ruta. Solíamos ver a un hombre montado en su bicicleta, reconocible por el sombrero de palma descuadrado y la chamarra de mezclilla descolorida por el sol, la lluvia y el trajín de las faenas del campo, prenda que suscitaba la envidia de un amigo que con frecuencia se sumaba a estas excursiones y la mía.
Ambos estaríamos por cumplir los veinte años, Sergio Borro, gran creativo, buen dibujante, destacado conocedor de música no comercial para la época (Jim Croce y Time in a bottle; Crosby, Stills, Nash & Young y Déjà vu; Ricky Nelson y Garden party), cada año hacia un viaje a Dayton, Ohio, a encontrarse con su novia Suzzie. A su regreso traía nuevas historias que me compartía; en la ciudad de México se movía en una bicimoto francesa marca Solex a gasolina color negra, después lo haría en un Volkswagen sedán blanco al que en el cofre le colocábamos dos sacos de 50 kg de cemento Cruz Azul para bajar la suspensión y que se “agarrara” mejor en las curvas del fraccionamiento Bosques de la Lomas recién inaugurado, que convertíamos en nuestra pista de carreras.
Uno de esos fines de semana rumbo al rancho, Sergio vio al ciclista de la chamarra de mezclilla, y me señaló con la mano frenar el auto, se bajó, levantó el brazo, se detuvo el de la bicicleta y todavía con un pie en el estribo, escuchó la propuesta de mi compañero de aventuras y tras intercambiar saludos, entregó el dinero y recibió la chamarra de tan singular transacción. Ya en el coche analizamos la preciada prenda que, a pesar de su uso, no presentaba daños. Nos percatamos de que sobrevivían las etiquetas, la de carnaza en el cuello por dentro y la de tela roja, cosida en el bolsillo izquierdo, con la marca Levi’s. Todo un trofeo.
Recordé esta historia al leer un correo de Live Auctioneers (https://www.liveauctioneers.com) donde presumen que Daniel Buck Auctions de Maine, Maryland, subastó en diciembre de 2018 un par de blue jeans Levi’s 501XX vintage (ca. 1947), con etiqueta de piel original, botones en la bragueta y la etiqueta LEVI’S bordada con hilo blanco (signo de autenticidad que demuestra la fecha de fabricación), se remataron en 2,500 dólares, más premio de la casa de subastas.
El mismo establecimiento en abril del 2019 subastó una chamarra Levi’s 506 sin usar (New Old Stock, término que indica que es “inventario viejo nuevo”) consignada por una persona cuya familia fue propietaria de una tienda de ropa. Alcanzó la increíble suma de 31,750 dólares más comisiones. Estos no son los precios más altos alcanzados por prendas Levi Strauss & Co., un par de pantalones 501 se vendió en subasta por encima de 100,000 dólares en 2018, pero sí son el reflejo del mercado que existe para este tipo de indumentaria.
La historia de la firma inicia con un emigrante judío bávaro, Levi Strauss, nacido en el año de 1829, que alcanza en 1847 a sus medios hermanos en Nueva York para trabajar en un almacén. Seis años después se dirige a San Francisco para fundar y manejar su propio negocio. Será en 1872 cuando se asociará con un sastre de Nevada, Jacob Davis, y patentarán la invención del modisto en ciernes. La novedad consistió en reforzar los pantalones de trabajo con remaches en las esquinas de los bolsillos para hacerlos más duraderos, siendo valorados por obreros de todo tipo, en especial mineros, quienes requerían indumentaria de uso rudo. A la larga los remaches se convirtieron en un sello de marca.
Así es que, en 1873 Strauss, vendiendo a tres dólares cada pantalón fabricado en mezclilla XX (las dos equis son un término de la industria textil que significa alta calidad) nace la leyenda de Levi’s, vigente hasta nuestros días.
El Contemporary Jewish Museum de San Francisco tiene montada la exposición Levi Strauss: A history of american style. Se puede ver en línea en la página del museo https://www.contemporaryjewishmuseum.com
En aquél entonces Sergio Borro no pudo haber pagado mucho por aquella chamarra. Quizá si hoy la subastáramos alcanzaría unos 100 dólares… pero lo que me deja esta anécdota es el recuerdo de mi entrañable amigo fallecido en la flor de la edad en un accidente de planeador.