La conducta es la manera como se comportan las personas en su vida, a través de actuación, hábitos, costumbres y —principalmente— educación. En el deporte, es una forma de enseñar esa buena conducta y —aunque cuesta mucho trabajo— se va aprendiendo desde el principio de la vida.
El tenis, por citar un ejemplo, se ha transformado desde sus inicios, hace casi un par de siglos. Continúa existiendo ese apretón de manos al final del encuentro y —por algunos años— empezó a desaparecer paulatinamente ese espíritu de caballerosidad entre los hombres y esa sonrisa entre las participantes.
En el Miami Open, se destapó esa tremenda hipocresía, sobre todo entre las mujeres, porque da la impresión de que no se soportan y apenas se dan la mano después del partido, por puro compromiso.
Es más, por motivo de la guerra entre Rusia y Ucrania, ya ni se voltean a ver después del partido las jugadoras, lo cual es perfectamente entendible, pero están trasladando una situación bélica a un campo deportivo.
En los hombres, existen pocos jugadores odiosos. Se distingue Holger Rune, quien ya ha sido aplacado por diversos tenistas mayores, que le han llamado la atención.
Ahora, se ha notado más entre los jugadores y jugadoras de Estados Unidos, que incitan al público a participar y lo invitan a hacer ruido, a aplaudir, apoyando indiscriminadamente a los tenistas de ese país.
Quizá la tradición, ya casi perdida, en la Copa Davis se justifica.
Y digo casi perdida, porque ahora jugar en casa o fuera no representa lo mismo que hace algunos ayeres, ya que las finales se concentran en dos o tres naciones.
Solamente las divisiones inferiores juegan en casa y fuera, pero ya casi sin sus mejores exponentes.
Hace tiempo, ya existía este tipo de manifestaciones desagradables de apretar la mano y levantar el brazo en señal de haber ganado el punto. No todos ni todas las jugadoras lo hacen o se lo guardan al mínimo, pero en los últimos dos torneos: Indian Wells y Miami, los tenistas europeos —en su mayoría— levantaron la voz, tratando de salvaguardar la tradición y el prestigio del tenis, así como su enorme cualidad de ser un deporte caballeroso y ejemplar.
El mal ejemplo que están dando estos tenistas, hombres y mujeres, a los jóvenes, degrada en la conducta del deportista. Y quien escribe no es transformador, ni conservador... Tradicionalista, quizá.