Existen presencias que marcan, orientan y generan intuiciones. Mis primeros recuerdos de Ricardo Rocha guardan relación con la infancia; con aquellas pantallas de la televisión a color donde su figura era acompañada por un habla enfática: la de quien sabe lo que dice al hablar de temas interesantes y oportunos para un público amplio y diverso. No imaginaba entonces que, muchos años más tarde, tendría la oportunidad de conocerlo para trabajar a favor de la causa de los derechos humanos en este país. Importa decir que Ricardo siempre creyó en el valor de su oficio, en la mirada que día a día muestra la urdimbre a través de la cual pasa la trama con la cual se tejen el poder y la impunidad.

Decía Ryszard Kapuściński que los cínicos no sirven para ejercer el oficio periodístico. El periodista —apunta el escritor polaco— tiene la obligación de buscar la verdad, “pero esta búsqueda no tiene fin, es un camino eterno, una tarea que nunca se completa”. Ricardo siempre se tomó en serio ese paradigma: a fines de la década de 1970 cubrió la revolución sandinista en Nicaragua y veinte años más tarde su voz fue fundamental para dar a conocer la masacre de Aguas Blancas, Guerrero. Por mi parte, lo conocí en un momento desafiante de mi propia trayectoria profesional, cuando en 2006 se me encomendó la dirección del Centro Prodh.

En ese marco, el Centro asumió la defensa de Jacinta Francisco, Alberta Alcántara y Teresa González, mujeres otomíes que permanecieron más de tres años en prisión tras haber sido acusadas falsamente de secuestrar a seis agentes de la extinta Agencia Federal de Investigación. Al asumir la defensa de Jacinta toqué puertas en muchos medios de comunicación para dar a conocer el abuso que se cometió contra ella. Algunos de ellos me las cerraron, pero Ricardo no. Además de poner sus espacios televisivos a disposición del Prodh, Ricardo me acompañó directamente al penal para entrevistar a doña Jacinta. Este gesto me marcó.

Ricardo no fue, ciertamente, un hombre ingenuo. Sabía que en un país definido por la experiencia de un pasado autoritario y de un presente de impunidad, lo más sensato era dialogar pacientemente para generar espacios favorables al quehacer periodístico. Siempre buscó acercamientos productivos para establecer puentes y abrir espacios, tal como lo hizo con el Centro Prodh en aquellos años.

En febrero de 2017, pocos días antes de que la Procuraduría General de la República le extendiera a Jacinta un Reconocimiento de Inocencia y Disculpa Pública, Ricardo Rocha publicó en estas mismas páginas de la vida de Jacinta y sus compañeras. “Con ellas, me fui redescubriendo a mí mismo y al México profundo tan sufrido como risueño que las tres representaban”, escribió entonces.

El tiempo no implicó distancia. Se mantuvo atento a lo que sucedió con estas tres mujeres, como lo hizo con todas las demás situaciones y personas. Fue más allá de las tendencias y novedades porque, volviendo a Kapuściński, para un buen periodista la búsqueda de la verdad es un camino eterno. Así será siempre para mi amigo Ricardo Rocha.

Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

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