Un año antes de su muerte, el escritor y filósofo Umberto Eco desnudó en una entrevista para el periódico italiano La Stampa lo lejos que estábamos del uso de las nuevas tecnologías como vía para democratizar la vida pública. “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas". La declaración fue interpretada por algunos como una especie de derecho de veto. Sin embargo, tal y como lo expresó en otras entrevistas y conferencias, al escritor le inquietaba cómo desde la cobardía del anonimato, se podía minar la democracia y destruir fácilmente los valores básicos de la vida en comunidad.

Lo que ingenuamente se proyectó a finales del siglo pasado como un medio para aumentar la participación ciudadana y generar “vínculos de horizontalidad” entre representantes y representados, entre poderosos y excluidos, rápidamente degeneró en ruido, insultos, intolerancia.

En contraste, las movilizaciones a favor de la apertura por una e-democracia que rendiría sus frutos con más igualdad y más acceso a derechos, se convirtieron en fuentes de divulgación de información no siempre verificable. También en la exhibición de distintas soledades. En un amplio abanico temático se cultivan las granjas de bots programados para censurar y activar los e-linchamientos.

En julio de 2021, la Asamblea General de la ONU se vio orillada a adoptar una resolución para promover el diálogo y la tolerancia interreligiosa e intercultural para evitar la proliferación exponencial del discurso de odio en todo el mundo. Cuatro principios fueron asumidos por los estados miembro: en primer término, el recordatorio del respeto irrestricto a la libertad de opinión y de expresión, y por ende, mayor discurso a favor de este principio incluido el derecho a disentir. En segundo lugar, asumir que terminar con el discurso de odio, es responsabilidad de gobiernos, sociedades, empresarios, hombres y mujeres en lo individual. Dejar hacer, es dejar pasar.

En tercer lugar, la necesidad de promover una ciudadanía digitalizada, bien informada, crítica, lista para detectar, rechazar y hacer frente al discurso de odio. En cuarto y último lugar, el análisis y la recolección de evidencia para la acción sobre las causas profundas que alimentan el odio, las desigualdades y las divisiones en las sociedades.

El 18 de junio de este año se celebró por primera vez el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio. Sobra decir que el balance no es positivo.

El llamado a la acción nos convoca a todos. En un país en el que las mujeres pueden ser quemadas vivas a plena luz del día y a la vista de todos, se han perdido los reflejos democráticos. Ante esto, no es en los políticos, ni en los medios, ni en la participación ciudadana convenenciera y perezosa que podremos recuperar espacios de convivencia. Es en la empatía, el diálogo y la tolerancia que empezaremos a re-conocernos. Tal vez estemos como los personajes de Bradbury, que en una forma de resistencia, esperan resucitar la cultura de las cenizas en las que ha quedado sepultada la ciudad. “Y cuando nos pregunten lo que hacemos podemos decir, estamos recordando”.

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Analista de transparencia y rendición de cuentas
@louloumorales

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