En 1951 en un acto de valiente liberación, el poeta y escritor de origen lituano Czeslaw Milosz publicó un ensayo que con el tiempo se convertiría en referencia obligada para el análisis y comprensión de la naturaleza de los regímenes totalitarios. La mente cautiva: ensayo sobre las logocracias populares, tuvo la doble virtud de publicarse en pleno auge de los regímenes comunistas y revelar, desde adentro, las contradicciones de los intelectuales puestos al servicio del régimen.
Hasta antes de la guerra y la ocupación nazi en Polonia, el mundo de Milosz había transcurrido entre versos, novelas y la militancia en contra del antisemitismo. Sin embargo, tras la liberación, los países de Europa del Este pasaron del extremismo nazi a la imposición del comunismo o como el mismo le llamó: el reinado de la Nueva Fe.
Milosz nunca fue miembro del Partido Comunista pero se convirtió en diplomático del régimen y jugó con las reglas establecidas. A pesar de tener una existencia asegurada, por congruencia, decidió desertar y pedir asilo en Francia. Para entender cómo funcionan las mentes que optan por las concesiones, las muestras externas de lealtad y la defensa de unos valores contrarios a las convicciones, Milosz utilizó el principio islámico del ketman. El término descrito por el diplomático francés Gobineau en su libro sobre religiones y filosofía en Asia Central habla del arte de la simulación y la actuación que termina por servir a quienes por comodidad, miedo o falsa convicción prefieren ocultar lo que realmente piensan. En los regímenes totalitarios, el ketman, describe Milosz, tiene muchas caras, cual dogma de fe, se practica en el trabajo, en la vida privada, en la ética pública, en las costumbres sociales, en la estética, en las muestras de “pureza” revolucionaria. El ketman es el arte de mentir. “Llena de orgullo a quien lo practica. El creyente, gracias a él, alcanza un estado de superioridad permanente sobre aquél a quien ha engañado, por mucho que este último pueda ser ministro o un rey poderoso”, cita a Gobinau.
A través de historias sobre escritores de su época, Milosz desnuda estas contradicciones. Sin revelar explícitamente su identidad, cuenta por ejemplo, la historia de Gamma que “se consideraba un servidor del diablo, pero no amaba al diablo”. Se convirtió en un alto oficial y tras la instalación de la nueva política económica envió a su mujer a que aprendiera buenas maneras en Suiza. “De una soldado con torpes botas rusas, se transformó en una muñequita con pelo teñido y largas pestañas pintadas”. Con vestidos comprados en Paris. “Très chic”.
Pienso en los que antes de este sexenio, siendo miembros de una digna oposición, defendieron la pluralidad de la representación política y la necesidad de la transparencia y el acceso a la información. Leo que desde el 25 de julio varios de ellos han sido convocados a ejercer su ketman, aprobar sin cambios y sin debates, un conjunto de dictámenes preñados de ideología. Sin datos ni evidencia, demolerán lo que en otro tiempo ayudaron a construir. Eliminar al INAI, la institución que garantiza el derecho a saber y el derecho a la privacidad, esa que fue construida de la mano del periodismo libre y de los grupos sociales organizados, esa que ha servido antes y ahora para desnudar escándalos de corrupción, será prueba de lealtad ciega. Como diría Milosz sobre Gamma: “es difícil envidiar la elección que ha hecho este hombre…. mirando a su país sabe que a sus habitantes les espera una dosis cada vez más grande de sufrimiento. Mirándose a sí mismo sabe que ninguna palabra que pronuncie será suya. 'Soy un embustero', piensa de sí mismo, y considera que es el determinismo de la Historia el responsable de sus mentiras”.
Investigadora de la UdeG