La sabiduría popular ha condensado en tres palabras una idea compleja: “nadie es indispensable”. Sin embargo, hay coyunturas donde esa supuesta verdad se tambalea.
Lo anterior viene al caso a raíz del tercer contagio del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de SARS-Cov-2. Inevitablemente la noticia dio pie a especulaciones —notables las de mala fe— sobre el verdadero estado de salud del presidente e incluso algunas publicaciones internacionales ordenaron preparar el obituario.
Como presidente y líder carismático de un esfuerzo por transformar el régimen político autoritario y extractivo que arraigó en México tras la culminación de la Revolución Mexicana, AMLO es la pieza clave en un proceso político que intenta cambios y enfrenta fuertes resistencias en las relaciones de fuerza entre los actores y que, además, se encuentra en los prolegómenos de una sucesión presidencial con alternativas y competencia reales.
Es vieja la discusión sobre la importancia que tienen en la configuración y desenlace de acontecimientos decisivos en la historia de una sociedad o de una época el papel desempeñado por ciertos individuos en contraste con el jugado por las grandes fuerzas impersonales de la economía, la geografía, la demografía, etc. Sólo el examen detallado de cada caso permite ponderar si la importancia del papel de ciertos individuos —de los líderes— pueden ser, o no, el elemento decisivo de la explicación. Y para ejemplificarlo en un contexto externo pero cercano veamos un puñado de casos de la historia norteamericana.
El asesinato del presidente Abraham Lincoln —el 15 de abril de 1865— dejó a la deriva la solución del delicado asunto de incorporar como ciudadano en los derrotados Estados Confederados a los antiguos esclavos. El sustituto de Lincoln, el vicepresidente Andrew Johnson, careció de la visión y capacidad de Lincoln y optó por ponerse del lado de los intereses de los antiguos esclavistas. Las reverberaciones de esa “no solución” aún afectan a la sociedad del vecino del norte. En 1918 la enfermedad de Woodrow Wilson —posiblemente provocada por el virus de la influenza— cuando estaba en Francia en plena negociación de la paz minó físicamente a la única persona capaz de moderar la dureza de las condiciones impuestas a Alemania por Francia e Inglaterra. Un resultado de lo anterior fue sembrar las semillas de la revancha que finalmente facilitaron el ascenso al poder de Hitler en 1933. La inesperada muerte del presidente Franklin Roosevelt a mediados de 1945 dejó en manos del obscuro vicepresidente Harry S. Truman el complejo diseño de las relaciones de Occidente en términos de confrontación con Stalin y no de negociación como lo había hecho hasta entonces Roosevelt y la Guerra Fría se convirtió en inevitable.
Sí, la historia muestra que la desaparición o incapacidad repentina de un jefe de Estado fuerte, popular y carismático como lo es hoy AMLO, y en un entorno conflictivo, puede tener efectos de tal magnitud que cambien la naturaleza y trayectoria de variables clave y del derrotero mismo de un sistema de poder o incluso, en el caso de una gran potencia, del sistema internacional. Hoy y en México, sin AMLO al frente de Morena —organización aún en formación— perdería buena parte de la fuerza y unidad que son necesarias en el juego de suma cero entre los impulsos de cambio y las grandes fuerzas e intereses del antiguo régimen que hoy están a la defensiva. Sin AMLO, la derecha tendría la gran oportunidad que por ella misma no ha podido construir.
Para concluir, en los arcos históricos de larga duración no son los individuos sino las fuerzas impersonales que participan en la lucha por el poder lo que mejor explica la evolución de las sociedades. Sin embargo, en coyunturas críticas como la nuestra el liderazgo de AMLO ha resultado determinante e insustituible. Y como afortunadamente, los efectos dañinos del virus en el Presidente fueron pasajeros, la lucha por avanzar en el proceso de cambio de régimen mantiene el ritmo y la dirección originales.