Si la incertidumbre electoral es una de las características distintivas de la democracia, entonces en 2024 en la América al norte del Suchiate, especialmente al norte del Bravo, estamos llenos de democracia. Y es que en la encuesta del New York Times/Siena College de fines de febrero al presidente Biden le apoyaba el 43% de los encuestados y a su opositor, a Trump, el 48%, con el resto indeciso.
Las elecciones en Estados Unidos deben interesarnos no sólo por curiosidad sino por su potencial para impactar en nuestro país. En 2015, al iniciar su campaña como uno más de los precandidatos republicanos a la presidencia, Trump eligió como tema específico el ataque a los trabajadores indocumentados mexicanos por “corruptos, delincuentes y violadores”. En El Colegio de México se convocó entonces a un seminario sobre lo que podría implicar ese discurso. Uno de los ponentes aseguró que la premisa era absurda, pues el sistema norteamericano estaba blindado contra excentricidades y ni el partido Republicano ni menos la mayoría ciudadana se dejarían seducir por el demagogo republicano con propuestas como la de resolver el problema de la migración indocumentada con una nueva “Gran Muralla” que separase a la “civilización” de la “barbarie”. Sin embargo, hete aquí que en 2016 la élite del Partido Republicano hizo suyo el discurso del excéntrico empresario inmobiliario y luego un sistema electoral anacrónico le permitió llegar a la Casa Blanca sin tener carrera política previa y, lo más notable ¡sin haber ganado el voto popular (46% contra 48% de su rival)! pero sí la votación dentro de esa antigualla distorsionadora que es el Colegio Electoral (304 vs. 227) más el control del Congreso, a lo que se añadiría una Suprema Corte dominada por la derecha. En suma, se trató de un triunfo extraordinario con una base social intoxicada de racismo, resentimiento justificado y pensamiento conservador.
El mensaje de Trump sigue resonado muy bien en un grupo numeroso de blancos no particularmente prósperos pero muy resentidos socialmente, con una visión del mundo muy conservadora, receptivos a movilizarse en apoyo de un discurso tan crudo como el de Trump y que no buscan realmente a quien se las hizo sino a quien se las pague: a las minorías raciales, pero también a las clases medias urbanas identificadas con el Partido Demócrata.
La relación del gobierno mexicano con el presidente Trump (2017-2021) no fue fácil. Peña Nieto se quedó pasmado ante el envite trumpista pero Andrés Manuel López Obrador logró capotearlo muy bien pues, finalmente y pese a ser un proteccionista, Trump no echó abajo el Tratado de Libre Comercio (sólo le cambió el nombre), tampoco impuso aranceles al comercio bilateral y únicamente construyó una pequeña parte del anunciado “Muro de la Separación” (129 kilómetros en una frontera de 3,169). La amenaza de una acción directa en México contra los narcotraficantes nunca se materializó.
Ahora bien, si en este 2024 Trump logra patear hacia adelante el bote de sus numerosos problemas legales (entre mayores y menores los juicios en su contra suman ya 80 cargos) y regresa a la Casa Blanca, ya declaró que en su opinión los inmigrantes latinoamericanos “están envenenando la sangre de nuestro país” (NBC News, 17/12/23) y el 16 de este mes en Ohio consideró que algunos de esos indocumentados simplemente “no son personas”, para rematar lanzándose contra la importación de autos –México exportó 2.5 millones de vehículos ligeros a Estados Unidos en 2023– y concluir con una ominosa predicción que lo mismo puede significar mucho o nada pero que no debe pasar inadvertida: de no ser declarado electo presidente en 2024 “habría un baño de sangre [en Estados Unidos]”, (Washington Post 19/04/24).
Hoy la posición de Trump es que la mayor amenaza para Estados Unidos ya no es externa sino interna: los migrantes indocumentados. Y si en 2015 esos indeseables eran básicamente mexicanos, hoy ya provienen de toda Latinoamérica y además de “corruptos, delincuentes y violadores”, ahora también son “terroristas”. Un columnista de New York Times (19/03/24), Jamelle Bouie, advierte que con el poder que le pueden dar las urnas más el apoyo incondicional del Partido Republicano y los poderes que otorga la constitución al presidente, las fantasías políticas de Trump podrían hacerse realidad. Si Bouie teme ya, y con razón, por el destino de la democracia norteamericana, nosotros debemos temer por el destino de la nuestra.