Al entrar a un túnel que nunca se ha recorrido se espera que en algún punto haya una salida, pero no se sabe bien cuándo se llegará a ella ni si corresponderá a lo esperado. Hace ya más de un siglo que en Palestina se estaban gestando dos nacionalismos que empezaron a chocar por pretender construir en la misma geografía dos estados basados en proyectos políticos y culturales antagónicos: los de la nación palestina y la judía. Y esos nacionalismos, como tantos otros, mezclaban la política con la religión (recordemos que el mexicano también nació asociado al guadalupanismo) y ambas dimensiones se reforzaban mutuamente. Para los judíos, Palestina es la tierra prometida por Dios, la cuna de su nación —las tribus israelitas ya estaban presentes en la zona desde fines del siglo XIII a.C. pero fueron expulsados por los romanos como castigo por su ímpetu rebelde en el año 135 d.C.—. Para los palestinos árabes, Siria Palestina es la tierra que han ocupado a partir de la conquista musulmana en el siglo VII d.C. y donde hay sitios sagrados pues suponen que fue desde ahí que el profeta ascendió al cielo.
Como lo señalara Benedict Anderson, las naciones modernas son comunidades imaginadas pero que en la realidad ejercen la soberanía. Los embriones de las dos naciones en cuestión empezaron a desarrollarse y confrontarse por la soberanía en un territorio que al final de la I Guerra Mundial estaba dominado por una tercera nación que era, a la vez, un gran imperio: el británico y que dominaba aquella geografía básicamente para asegurar su dominio sobre los yacimientos de petróleo de Irán e Irak.
La brutalidad de la política de la Alemania nazi encaminada al exterminio de los judíos, llevó a estos, específicamente a los sionistas, a acelerar el proceso de construcción de un estado en Palestina, en tanto que el proyecto de los árabes palestinos sufrió un descalabro por la apuesta del Gran Muftí o líder religioso de Jerusalén, de apoyarse en Hitler.
En 1947, las Naciones Unidas votaron en favor de un proyecto que, de haberse concretado, hubiera podido llevar a israelíes y palestinos al final del túnel en que ya habían entrado: la división de la región en dos estados y la neutralidad de Jerusalén. A final, ni la Liga Árabe, ni los judíos, ni los británicos aceptaron el proyecto, la ONU no pudo imponer su decisión y Gran Bretaña —un imperio en declive— simplemente se lavó las manos y salió de Palestina sin haber resuelto un conflicto que ya había hecho crisis.
Como bien sabemos, lo que siguió a partir de 1948 —fecha en que nació el estado de Israel— fueron varias guerras o choques graves entre árabes e israelíes —1948, 1956, 1967, 1973, 1982, 2006, 2014 y el actual—, más constantes incidentes de violencia y donde el poderío militar israelí se ha impuesto, pero nunca al punto de poder abandonar unilateralmente el túnel en que se metieron con los palestinos y sus respectivos aliados desde antes de declarar la existencia de Israel como Estado hace 75 años.
Lo que también es un hecho es que los palestinos actuales se han quedado física y políticamente bastante aislados. En el contexto de la Guerra Fría y hasta hoy el entorno internacional ha jugado básicamente en favor de Israel. Las autoridades en Gaza no tienen soberanía y las de Cisjordania la tienen muy limitada, la economía de Gaza es casi de subsistencia, su pequeño territorio, densamente poblado, se reduce cada vez más a consecuencia de la expansión lenta e ilegal pero sistemática de los asentamientos de colonos israelíes.
Es en el contexto de la imposibilidad de contar con un presente digno y con un proyecto viable de futuro nacional para Gaza —uno que sea algo más que la mera supervivencia— es que se ha producido la última acción terrorista —¿y suicida?— del grupo palestino Hamas contra objetivos militares israelíes pero también contra grupos de civiles. Los bombardeos de represalia de Israel contra la densamente poblada Gaza, donde la mitad de la población es menor de edad, han desembocado en espantosos y masivos “daños colaterales” donde civiles claramente indefensos mueren por millares. Todas son matanzas terribles que no modifican sino ahondan la esencia del problema. Hoy, Hamas y el gobierno de Israel parecieran actuar bajo la injusta y estúpida divisa de: “Yo ya no busco a quien me la hizo, sino a quien me la pague”.
En estas circunstancias, la propuesta de 1947 de la ONU de dar forma a dos estados soberanos en la región, aunque complicada es la menos injusta pero hoy pareciera tan lejana como hace 76 años.