Tomemos un tanto al azar un par de artículos de opinión publicados en el New York Times —un periódico muy importante en un país que en términos de poder aún es el número uno en el sistema mundial. El primero es de Rana Foroohar, columnista del Financial Times especializada en tema económicos globales y el otro es de David Brooks, analista político. Los títulos de ambos artículos resumen sus respectivas tesis. El de Foroohar es “Fracasó la globalización en la generación de la economía que necesitábamos” (17/10/22) y el de Brooks “La globalización ha concluido. Se ha iniciado la guerra cultural global” (08/04/22). Ambos son representativos de una visión que originalmente juzgó de manera positiva la teoría neoliberal pero que ahora comprueba que sus premisas centrales estaban equivocadas.
Foroohar subraya que hace ya buen tiempo —medio siglo— que el sistema económico mundial puso en práctica los principios del neoliberalismo, un concepto acuñado hace 85 años y que en esencia proponía que si el capital, los bienes y los trabajadores se movían libremente a través de las fronteras y se dejaba que el mercado y no los gobiernos asignaran los premios y castigos a los actores económicos, entonces el conjunto de las economías nacionales y cada una de ellas en lo particular mejorarían sus condiciones materiales de vida aunque persistieran las divisiones de clase. Foroohar concluye que entre 1980 y 2008 los supuestos teóricos neoliberales parecieron ser válidos, aunque sólo parcialmente, pues si bien la economía global creció de manera espectacular, igual creció la desigualdad social dentro y entre las naciones. Finalmente, el abaratamiento de ciertos productos no logró compensar la caída del salario real que le acompañó y a partir de la crisis de 2008 la economía real corresponde cada vez menos al interés nacional de muchos países y el abaratamiento de ciertos bienes no refleja su alto costo ecológico, costo que todos pagamos. Finalmente, si el neoliberalismo no dio el resultado que prometió, hoy en el horizonte no se vislumbra la nueva gran teoría que lo sustituya.
Brooks eligió como punto de partido el concepto de globalización, primo hermano del neoliberalismo. Y esa globalización fue considerada como la forma de vida ya imperante en el planeta y definida como “la integración de las visiones del mundo, de los productos, de las ideas y de la cultura”. El resultado final de este proceso considerado como benéfico e inevitable y que desembocaría en una “modernización” a escala mundial, es decir, a un tipo de desarrollo que llevaría a que cada vez más países se asemejasen a las naciones líderes de Occidente que, a su vez, tendría en la economía y la democracia de Estados Unidos el modelo del futuro. Brooks encuentra que a estas alturas el desarrollo mundial definitivamente no converge hacia la adopción de un modelo único ni menos norteamericano. China es ejemplo claro de un desarrollo alternativo, pero hay otros. Es más, los indicadores muestran que la economía mundial se está “desacoplando” y la geopolítica ya marcha en dirección opuesta a una globalización, que en la realidad ha funcionado “como una productora de desigualdad social masiva”. En un país tras otro surgieron élites urbanas con posgrados que dominaron los medios de comunicación, las universidades, la cultura y con frecuencia el ejercicio mismo del poder y que simplemente ignoraron y menospreciaron a la gran masa de la población. El resultado ha sido, entre otros, el surgimiento del resentimiento social como fuerza política. El resentimiento y el nacionalismo van en aumento, en tanto que la democracia y el liberalismo han perdido terreno.
Si Foroohar y Brooks son representativos, resulta que en palabras de este último, en el país que confió e impulsó el neoliberalismo y la globalización “se ha perdido la confianza en su capacidad para predecir la dirección en que camina la historia”.
En suma, que hoy la incertidumbre sobre el futuro colectivo pareciera ser una de las pocas cosas que está bien repartida a nivel mundial.