El título de esta columna perdería la brevedad de su inspiración —el cuento de Tito Monterroso— pero ganaría en exactitud si dijese: Y cuando a la mañana del día siguiente de nuestro encuentro con las urnas, a los mexicanos nos despertó el conteo rápido de los votos y el lopezobradorismo seguía ahí, pero más arraigado y a la cabeza del proceso de cambio pacífico del régimen político.
El nuevo régimen con el que se busca sustituir al vigente hasta 2018 está aún en proceso de dar forma a su estructura básica pero su primera y decisiva etapa está por concluir y ya ha quedado indisolublemente ligada a la figura y proyecto de quien la presidió: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Es el líder carismático que vino del sur, de Tepetitán, para generar una sorprendente y muy efectiva movilización pacífica de clases populares y proceder al asalto final al último reducto, a la “torre del homenaje” de la vieja fortaleza autoritaria que por decenios mantuvo al PRI en control de la política mexicana. Se trata de la torre donde sobrevivían los restos de un régimen político ya entonces obsoleto, construido y sostenido a base de cooptación y represión por los triunfadores norteños de la Revolución Mexicana y que sus herederos administraron como auténticos “robber barons” (caballeros ladrones) —para seguir con el símil medieval— junto a sus aliados de última hora, los panistas.
El ahora viejo régimen, el de la postrevolución, fue notable por su estabilidad política, pero en su última etapa, la neoliberal, fue aún más notable por su voracidad. Un par de indicadores bastan para ilustrar la esencia del México del PRIAN: según el INEGI (26/07/23) del ingreso total de los hogares mexicanos en 2022, el 10% de los más pobres sobrevivió con apenas el 2.1% del mismo, en tanto que el 10% de los más ricos se quedó con el 31.5%. Y si ponemos la vista en la riqueza acumulada hasta esa misma fecha y según datos de World Inequality Database, el 10% más rico de la población mexicana poseía el 79.1% de la riqueza privada, el 10% más pobre tenía una riqueza negativa.
Tras la elección del 2 de junio y frente a las cámaras de televisión, connotados intelectuales en estado de shock postraumático demandaban una explicación racional del arrollador triunfo en las urnas del lopezobradorismo. Ante esa pregunta uno no puede menos que hacerse otra pregunta: ¿es que nunca entendieron el contexto social en que ha resonado una y otra vez el eslogan de AMLO, de su partido y de la candidata ganadora, Claudia Sheinbaum: “por el bien de todos, primero los pobres”?
Los pobres y los solidarios con ellos no tuvieron mayor problema en entender al lopezobradorismo, al discurso en que AMLO envolvió todas sus acciones, un discurso que subrayó la dignidad de los excluidos de la riqueza acumulada por los pocos.
Sólo una vez el viejo régimen intentó un viraje serio hacia la izquierda como el que se ha dado a partir de 2018 y fue el cardenismo (1934-1940). Ese viraje tomó por sorpresa a la derecha de aquel tiempo pero que finalmente pudo frenarlo con la amenaza del uso de la fuerza desde dentro y desde fuera del gobierno. Hoy la situación es muy diferente pues las victorias electorales de Morena no han sido resultados sorpresivos e inesperados, sino coyunturas generadas por años de movilizaciones populares, de esfuerzos sistemáticos de concientización, de discusión y de preparación de un proyecto nacional difundido, literalmente, urbi et orbi.
En 1940 la corriente conservadora anticardenista tenía bases muy fuertes dentro del aparato mismo de gobierno —notablemente en el ejército y en el partido oficial—, contaba con el apoyo del gran capital local e internacional de la época y un líder nada improvisado y con fama de capaz: el general Juan Andrew Almazán. En la coyuntura actual la derecha mantiene de su lado a los dueños de la gran riqueza, pero carece de verdaderos líderes. En contraste, Claudia Sheinbaum posee el mayor nivel de preparación académica posible, tiene una militancia política sistemática y siempre dentro de la izquierda y la experiencia adecuada ya no para tomar la fortaleza del viejo régimen —eso lo hizo AMLO—, sino para poner en orden el campo después de la batalla y organizar la consolidación del nuevo régimen con una “fuerza arcoíris” que va desde la izquierda veterana de mil batallas hasta un sin número de personajes que sólo están con el ganador por las oportunidades que se abren a los oportunistas.
Claudia Sheinbaum encabezará un sexenio donde se abre la posibilidad de consolidar un nuevo régimen, uno donde poder político y el económico no se fundan de nuevo en una unidad oligárquica y donde “por el bien de todos, primero los pobres” sea además de divisa, una realidad.