Por su naturaleza la derecha es alérgica a las utopías, a ese afán de imaginar lo que podría ser y contrastarlo con lo que realmente es. En esa triste media página que The Economist llama “Bello” y que semanalmente dedica a aspectos de la realidad latinoamericana, sostiene: “ América Latina es un semillero de nociones idealistas pero que simplemente impiden que haya buenos gobiernos” (23/07/22). Y como los idealistas son utopistas, pues resulta que son responsables de que en nuestra región los “realistas”—que históricamente han intentado moldear los destinos de los países latinoamericanos desde visiones compatibles con los intereses de las minorías dominantes— hayan visto siempre entorpecidos sus proyectos de “buen gobierno”.

La tesis de The Economist viene a cuento hoy por el cambio de gobierno en Colombia, cambio que busca la transformación del régimen y ser un eslabón más de una cadena compuesta por triunfos electorales de una variedad de izquierdas en México, Chile, Argentina, Perú (?), Bolivia, Honduras y posiblemente Brasil.

Gustavo Petro, flamante presidente de Colombia, puso muy alta la vara de lo que se propone lograr y que la revista inglesa podría calificar, otra vez, como una “utopía tropical”: llevar a los colombianos a sumergirse en una nueva era que les conduzca, como colectividad, al “vivir sabroso”. Para empezar el pasado 7 de agosto los petristas en las ciudades colombianas mostraron su optimismo armando una gran fiesta popular.

Pero ¿qué significa exactamente el “vivir sabroso”? Pues, por los hechos y por el discurso presidencial, el que el voto popular entregara el poder a personajes que son el reverso de los que por décadas conformaron la élite del poder en Colombia. El jefe de la familia Petro era un simple maestro brillante y su hijo Gustavo un joven (17 años) pero que optó por militar en la oposición, en el M19, organización guerrillera urbana que se formó como reacción a lo que se calificó como el fraude electoral de 1970, ese que colocó en la presidencia a Misael Pastrana Borrero, un abogado y representante de grandes empresas.

La biografía política de Petro es la de alguien que se fogueó tanto en la guerrilla como en cargos de elección popular y en un ambiente de gran violencia política y de los carteles del narcotráfico. Ya su victoria como candidato opositor que no fue víctima de un atentado (Petro recibió la banda presidencial de manos de la hija de Carlos Pizarro, un candidato del M-19, que había sido asesinado) y que además llevó como compañera de fórmula a una madre soltera y afrocolombiana, puede verse como un triunfo de la utopía sobre la oligarquía. Ahora viene lo más difícil, enfrentar a los intereses creados, entre ellos al narcotráfico y, en este último caso, hacerlo por una vía novedosa: retando al prohibicionismo.

La “paz total” del petronismo va a ser buscada y apuntalada por una batería de reformas a los sistemas impositivo, de salud, educativo, de pensiones, reforma agraria, laboral y energética. Y es que Petro pertenece a una izquierda latinoamericana que tiene grandes metas generales de justicia social pero que tendrá que planear su hoja de ruta no según los esquemas ortodoxos del pasado donde la meta era poner fin al sistema capitalista y sustituirlo por el socialismo, debe imaginar un futuro diferente. Esto es ciertamente un proyecto inspirado en una utopía, pero no en una visión dogmática, aunque sí inspirada en ese slogan del 1968 del siglo pasado: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

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