Joseph Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía, recurre a Isaiah Berlin al tratar la libertad del mercado en el neoliberalismo (NL): es la que tendría un lobo entre corderos. Stiglitz resume así las cuatro décadas de vigencia del (NL) “expandió las libertades de las corporaciones y de los billonarios para imponer su voluntad y poder, amasar fortunas enormes, pero a un precio altísimo: el bienestar y la libertad del resto de la sociedad” (Washington Post, 13/05/24,).

El socialismo soviético descansa, sin paz, en el cementerio de la historia. Su antípoda, el NL como arreglo histórico económico-político-social-cultural sobrevive, pero sin paz ni legitimidad. La supuesta utopía neoliberal —la prosperidad concentrada inicialmente en la cúspide social terminaría por percolar hasta las clases medias y populares— ya se esfumó, pero su herencia —la concentración de la riqueza— sigue vigente y determinando prioridades.

La historia muestra arreglos institucionales que pese a haber perdido su razón de ser sobreviven a falta de la alternativa que les rompa lo único que les queda: el cascarón, y ponga en evidencia su vacuidad. En México esa opción ya emergió, pero aún requiere de tiempo y lucha antes de poder cuajar.

La 4T surgió con Andrés Manuel López Obrador como la alternativa de la izquierda posible al NL. Su referencia histórica fue el cardenismo, una variante del populismo de izquierda que el presidente Lázaro Cárdenas puso en marcha aprovechando una coyuntura favorable: la destrucción de la oligarquía porfirista y el surgimiento en Estados Unidos del New Deal que hizo virar a la izquierda el timón del gobierno de ese país y llevó a la política de “buena vecindad” y Washington ya no fue ideológicamente hostil al cardenismo. A lo anterior hay que agregar el derrumbe del orden internacional que permitió a Cárdenas identificarse con Franklin Roosevelt frente a los avances del nacional socialismo alemán, del fascismo italiano, de la “esfera de coprosperidad” japonesa e incluso del franquismo en España.

Hoy la oposición ha llegado al absurdo de calificar al lopezobradorismo y a la 4T de antesalas del comunismo. La 4T puede ser antesala de algo, de algo que aún no puede ser bien definido pero que tiene puntos de contacto con el “capitalismo progresista” de Stiglitz y que se centra en la idea anti neoliberal que sostiene que no es la intervención del gobierno en el mercado la causa de los males que aquejan a nuestra época “sino que la mayoría de todos nuestros problemas sociales, desde la contaminación excesiva hasta la inestabilidad financiera y la desigualdad económica, han sido producto del mercado”, (People, Power and Profits, 2019 y The Road to Freedom: Economics and the Good Society, 2024, entre otros).

En la publicación editada por Claudia Sheinbaum y que puede consultarse en línea, 100 pasos para la transformación () se tiene ya la esencia de lo que la 4T propone como políticas del futuro inmediato y que deben contrarrestar los daños causados por el lobo NL entre los corderos. La propuesta consiste no en empeñarse en un anticapitalismo por ahora imposible sino en abandonar el NL, continuar despojándolo de sus efectos más negativos sobre las formas de vida de quienes están en la base de la pirámide social. En la plataforma política de Claudia Sheinbaum para “construir el 2º piso de la 4T” se subraya la recuperación de la centralidad del sector público en la asignación de los recursos económicos disponibles, en la recuperación y reafirmación de su papel como generador, seleccionador, impulsor y armonizador de prioridades de los esfuerzos nacionales —tarea siempre complicada por las inevitables contradicciones de los intereses de clase— y que sólo un gobierno con fuerte base social puede armonizar y administrar.

Sin plantear aún un régimen alternativo al capitalismo (¿hay alguno en marcha y con éxito evidente en alguna parte del planeta?) la 4T se propone mantener el principio de “por el bien de todos primero los pobres” para dar con las vías más efectivas para seguir avanzando en mejorar salarios, salud, educación, seguridad, servicios públicos e infraestructura, el fortalecimiento de las empresas estatales estratégicas, la impartición de justicia, la reducción de la pobreza y la desigualdad junto con la continuación del combate a la corrupción endémica.

El realismo político obliga a dejar abiertas las soluciones a algunos de nuestros grandes problemas, entre ellos acumular a tiempo la fuerza política suficiente para intentar una reforma que permita al fisco disponer de una porción del PIB mayor de la actual. En buena medida la respuesta a esa y otras incógnitas dependerá de lo que digan las urnas en junio.

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