En su último libro, Una breve historia de la desigualdad, (2022), el economista francés, Thomas Piketty -un estudioso de los orígenes y evolución de la desigualdad social- ofrece una visión del futuro que es, entre otras cosas, una alternativa socialista a la interpretación que hiciera hace 30 años el norteamericano Francis Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre

La visión del profesor Fukuyama fue producto del optimismo que despertó en Estados Unidos el triunfo sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría. Desde esa perspectiva Fukuyama concluyó que el futuro sería la última etapa de un largo proceso histórico destinado a consolidar el éxito de una economía de mercado global y de la democracia política. Podía haber velocidades nacionales distintas, pero no existía alternativa viable al capitalismo y a la democracia liberal. 

Hoy el economista francés también presupone un “fin de la historia” es decir que hay una cierta dirección en el desarrollo humano - “el progreso humano existe” afirma y se hace evidente a partir de fines del siglo XVIII- aunque su marcha ya no sea tan clara como la avizorada por el politólogo norteamericano. 

Piketty propone como punto de partida del análisis el concepto de igualdad. En su afán de librarse de estructuras injustas e ilegítimas la humanidad han ido dando contenido a la idea de igualdad y esa idea puede ser punto de partida para armar una visión alternativa al futuro anunciado por el académico norteamericano. Esa visión también es optimista, pero con mayor carga de incertidumbres y donde las regresiones siempre son posibles. 

El ensayo de Piketty está sustentado en los datos de sus dos libros anteriores donde el economista hizo uso de las series históricas de datos cuantitativos nacionales y globales disponibles y manejados de manera muy sofisticada gracias a las computadoras. 

Tres son los ejes del planteamiento del economista francés en su examen de los últimos dos siglos y medio. Primero, en cualquier comunidad las desigualdades sociales son producto del funcionamiento histórico de sus sistemas políticos y justamente por ello su organización institucional siempre puede ser modificada y adquirir formas muy diferentes de las heredadas. A partir de finales del siglo XVIII aparece un segundo eje: el surgimiento de una tendencia en favor de una mayor igualdad social, tendencia que regularmente se materializa en protestas, motines, insurrecciones y revoluciones que son reacciones contra situaciones que capas amplias de la población percibe como injustas y por tanto ilegítimas e intolerables, y que van desde las revueltas campesinas europeas del siglo XVIII, pasando por la Revolución Francesa, insurrecciones de esclavos, las luchas contra el colonialismo o el apartheid hasta las recientes movilizaciones de los “chalecos amarillos” en Francia o el #MeToo norteamericano. El tercer eje lo constituyen las consecuencias desastrosas de las grandes crisis financieras como las de 1929 o 2008. 

A diferencia de las teorías sostenidas por la izquierda antes del colapso de la URSS, la supuesta marcha hacia la igualdad de Piketty no brinda una certeza ni tampoco traza una única vía por la cual se supone que ya nos encaminamos hacia ese posible “fin de la historia”. Al respecto el autor no ofrece certidumbres, lo que hace es argumentar de manera clara que su perspectiva tiene lógica y legitimidad y que es factible. 

Dentro de cada estructura política nacional y en el sistema internacional los intereses que se benefician de la desigualdad son muy vigorosos pero las fuerzas que impulsan la igualdad en el largo plazo parecieran ser difíciles de revertir. Piketty apuesta a que ese futuro debería y puede ser un socialismo democrático, participativo, federalista, ecológico y multicultural ¿Será? 

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