El que México acuda a la novena Cumbre de las Américas (CA) representado por el Presidente de la República depende de que el anfitrión, Estados Unidos, acepte invitar o no a gobiernos de tres países de la región con los que esta confrontado: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Esto ha abierto en México un debate que no pareciera tener equivalente en Estados Unidos. Y es que aquí el tema tiene un sentido simbólico-político más importante que al norte del Bravo donde carece del potencial de alterar variables centrales para Washington como el T-MEC, la migración, la lucha contra el narcotráfico o la estabilidad de su frontera sur.

Sirvan los 90 años de Elena Poniatowska para felicitarnos por tenerla.

Desde hace casi dos siglos la atención de México en relación con el mundo exterior se centra en Estados Unidos, pero no es el caso en Washington que como gran potencia sus temas de interés son mundiales y varían constantemente. Tras dejar atrás la “crisis de los misiles” en Cuba en los 1960, el gobierno norteamericano sólo esporádicamente y por corto tiempo ha puesto atención real en América Latina. Hoy apenas si la migración procedente del sur aparece en el radar de Washington y, en cualquier caso, no es la CA en Los Ángeles el lugar donde ese problema se puede resolver pues la reunión tiene más el carácter de evento rutinario que histórico.

La CA tiene como antecedente lejano una gran propuesta de Simón Bolívar: “formar de todo el Nuevo Mundo, una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes con el todo”. Bolívar logró que Panamá fuera la sede de un congreso continental que podría ser el equivalente del Corinto de la Liga Anfictiónica griega y desde ahí negociar con el resto del mundo, (Carta de Jamaica, 1815). Bolívar imaginó un “pacto americano” donde su unidad “nos hará formidables a todos” (Carta a Martín de Pueyrredón, 1818). Originalmente el libertador consideró que no era conveniente que “convidemos para nuestros arreglos” a los americanos del Norte ni los de Haití, por extranjeros (Carta a Santander, 1825).

El Congreso Anfictiónico se celebró en 1826 y finalmente Estados Unidos si fue invitado. En esa reunión y teniendo aún a España como enemigo se propuso una unión, liga y confederación perpetua americana. Sin embargo, en una segunda etapa del congreso -que tuvo lugar en México- los asistentes ya fueron menos y Estados Unidos rechazó integrarse a la confederación continental pues sólo le interesaba suscribir tratados comerciales. Al final, el gran proyecto terminó en la nada.

Para 1890, por iniciativa de Estados Unidos que ya era la potencia dominante en el continente, se dio forma a una Unión Panamericana (UP) cuya sede, obviamente, sería Washington y su objetivo era modesto: dar forma a acuerdos comerciales y jurídicos. Tomando el título de un libro de Juan José Arévalo, lo que se institucionalizo fue la relación entre “El tiburón y las sardinas”.

Cuando en los 1930 el orden internacional generado por de la Paz de Versalles se vino abajo, en nuestro continente germinó otra iniciativa norteamericana más positiva: “La Buena Vecindad” pero con la muerte del presidente Roosevelt, el fin de la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, ese proyecto murió y de sus rescoldos surgió en 1948 la Organización de Estados Americanos (OEA), un instrumento político dominado por los intereses norteamericanos y que a México apenas le ha servido para poder marcar algunas diferencias simbólicas frente al apabullante predominio norteamericano.

La próxima CA difícilmente será algo sustancialmente distinto de las reuniones continentales de los últimos 132 años. Sin embargo, puede servir de espacio para que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador pueda reafirmar sin riesgos mayores la independencia política relativa de México frente a Estados Unidos.

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