Hoy tiene lugar un ejercicio político novedoso: decidir a mitad del sexenio, mediante votación universal si se le revoca o no al presidente el mandato que se le dio en 2018.

El primer candidato presidencial del PRI (entonces PNR) fue también el primer y único presidente del México postrevolucionario que vio revocado su mandato: el ingeniero y general Pascual Ortiz Rubio.

En 1929, en medio de la creación del PNR, de la rebelión escobarista que dividió al ejército y de la “Guerra Cristera”, el expresidente Plutarco Elías Calles —quien por un tiempo logró manejar la compleja red de fuerzas política de su época— optó por poner en la presidencia a un personaje sin poder propio y al que no se identificaba con ninguno de los grupos políticos en pugna. Ortiz Rubio se había ausentado del país al inicio de la década tras renunciar al gabinete del presidente Obregón. Ya en España, el también exgobernador de Michoacán fue comisionado para estudiar el sistema de riego en Egipto y luego nombrado ministro de México en Alemania y Brasil.

Supuestamente en las elecciones de 1929, Ortiz Rubio ganó la presidencia de la República de forma incontestable: ¡con el 93.5 % de la votación! Y eso a pesar de ser casi un desconocido en contraste con su rival, el intelectual, dinámico e imaginativo secretario de Educación del gobierno obregonista: José Vasconcelos, al que apenas se le reconoció un magro 5.32% de votos.

A Ortiz Rubio se le dio posesión de su cargo el 5 de febrero de 1930 y ese mismo día sufrió un atentado que nunca se llegó a aclarar. Transcurrida la mitad del mandato, el público se enteró de su renuncia al cargo y su salida del país. En realidad, antes de que el presidente renunciara al cargo quien originalmente se lo había dado, Calles, había decidido su salida. La clase política de la época —legisladores, gobernadores, líderes sindicales y de las ligas, organizaciones agrarias— y los generales con mando de tropa habían aceptado a Ortiz Rubio como presidente no por su “victoria en las urnas” sino porque supieron que eso había decidido el factótum de la política de la época, el “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana” el expresidente Calles. Y fue ese mismo personaje quien, sin mayor problema, le “revocó” el mandato pues desde el inicio fue claro que la permanencia del general e ingeniero en la presidencia dependía por entero del respaldo del “Jefe Máximo” y cuando éste hizo saber a sus cercanos que, en su opinión, el improbable presidente no estaba llevando bien los asuntos administrativos cotidianos su renuncia fue inevitable. Ese proceso de revocación resultó un buen indicador de la naturaleza del régimen que entonces se estaba forjando, pues fue resultado de una decisión al margen de las instituciones y mostró que el impresionante caudal de votos supuestamente emitidos en favor del candidato del PNR eran una ficción.

La revocación de 1932 es la antítesis del ejercicio que hoy se efectuó para consultar a los ciudadanos sobre si se debe o no revocar el mandato presidencial. La distancia entre los dos procesos marca también la distancia que México ha recorrido en su complicado proceso de democratización, en su difícil tránsito de un sistema de elecciones carentes de contenido a otro donde si lo tienen y donde la consulta a la ciudadanía no se circunscribe sólo a las elecciones de las autoridades sino a su desempeño durante el ejercicio del mandato de tal manera que el ejercicio del poder pueda mantener su legitimidad.

Finalmente, lo que hoy se puso en juego es algo sustantivo: un proyecto político en marcha, el de la llamada 4T. Si se le rechaza se convierte en inviable y se hará más clara la confrontación entre dos proyectos de nación. Si no se le rechaza, se le habrá inyectado nueva energía.

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