¿Quién manda en México? (MAPorrúa, 2023) es un examen muy puntual de Miguel Basáñez sobre nuestras élites del poder y que echa mano de un enfoque bien reputado en la sociología política a partir de los trabajos de Vilfredo Pareto (1902), Gaetano Mosca (1939) o C. Wright Mills (1956). Basáñez, con una carrera al alimón entre el sector público y el académico, es un autor muy adecuado para adentrarse en este campo.
Los hallazgos del enfoque elitista en el penthouse de la estructura social mexicana no dejan de inquietar por su contundencia: una capa muy pequeña de la sociedad —el famoso 1% de la población— ha moldeado a su favor la esencia del sistema político, ese que determina “quién consigue qué, cómo y cuándo”.
Este libro es un tsunami de datos en el texto y, en sus más de cien páginas de apéndices, combina un “quién es quién” con estadísticas, gráficas y hechos en que se apoyan conceptos y conclusiones que forman una red que debe examinarse con detenimiento para aquilatar su potencial explicativo.
Como en el caso de Wright Mills, Basáñez divide a la élite mexicana en tres conjuntos según la arena de su juego. La primera es la élite política que actúa en el sector público. La segunda la conforman los grandes del capital privado y en la tercera están quienes actúan en un heterogéneo sector social.
Para clasificar a las élites, el autor echa mano de conceptos tan familiares como los empleados con las tarjetas bancarias. En la cima de los tres universos del elitismo Basáñez coloca a los 35 miembros más prominentes del círculo diamante. En el platino encuadra a los siguientes 350 y tras agregar otro cero engloba a 3,500 en el círculo oro. Con este claro instrumental, el autor se adentra en la composición y evolución de cada círculo.
De aquí se lleva al lector a los laberintos de un poder asentado en el sector público dominado por personajes que corresponden a tres tipos ideales: políticos, técnicos y especialistas. Esta clasificación se vuelve compleja al incorporar la tradicional división de poderes y sus respectivos niveles —federal y estatal— más los órganos autónomos para luego proceder a examinar a los círculos presidenciales —salinistas, foxistas, calderonistas y obradoristas— cada uno con su estilo de operar. En un apéndice (el 7) se encuentra la lista de puestos o personas en cada círculo y sector.
Al abordar a la élite económica, Basáñez de nuevo recurre a los tipos ideales: empresarios nacionales, grandes inversionistas extranjeros y financieros. Aquí el círculo diamante lo conforman las 35 fortunas que rebasan los mil millones de dólares. El platino lo integran riquezas superiores a los $250 millones de dólares y el oro los capitales superiores a $50 millones de dólares ¡3,885 familias en un país de 35 millones de hogares! Y así como Forbes aceptó al Chapo Guzmán en su lista de mil millonarios, Basáñez tuvo que encontrarles lugar a los narcotraficantes.
La tercera élite, la social, es más difusa pues sus indicadores no son ni puestos de gobierno ni capital. En los años del priismo clásico, a ese sector se le equiparaba con los líderes de masas encuadradas en los tres sectores del PRI: el campesino (CNC), el sindicalizado (CTM et al) y la heterogénea multitud de organizaciones de la CNOP. Esas eran las masas con líderes que correspondían a lo establecido por la “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels (1911). Basáñez remplazó ese corporativismo del pasado por otra trilogía: las organizaciones defensoras de derechos humanos, del medio ambiente y del proceso democrático. Otra trilogía alternativa es la intelectual, la activista y la filantrópica. En el primer círculo caben desde académicos hasta artistas, en el segundo los defensores de las formas democráticas y en el tercero la filantropía. Y aquí vale subrayar que el papel de la élite intelectual se centra en proporcionar ideas o coartadas a las otras dos élites que viven en la “microburbuja” del 1% de los mexicanos.
Las “pulsiones” de las minorías dirigentes oscilan entre la defensa del status quo y el cambio, y Basáñez no confía mucho en que así se pueda enfrentar con éxito los retos del presente —crimen organizado, corrupción, transición jurídica, informalidad del empleo y menosprecio de la ley— pero cree vislumbrar un futuro distinto y positivo cuando dejen sentir su influencia los mexicanos binacionales, los informales y los digitales. Ojalá tenga razón.