La polarización de la opinión y de la acción ciudadanas en torno a temas nacionales es un fenómeno frecuente en tiempos electorales, sobre todo en sociedades que están inmersas en procesos de cambio en sus estructuras de poder como es México.
Las razones básicas de confrontaciones y divisiones polarizantes se localizan en las contradicciones de los intereses de clase o de grupo. Sin embargo, también suelen influir elementos que atañen a la historia y cultura política de cada país y que dependen más de percepciones que de factores objetivos.
La actual polarización política en Estados Unidos es un buen ejemplo. Al finalizar 2023, la opinión ciudadana en ese país era favorable en 42% al expresidente republicano Donald Trump y a su proyecto de derecha extrema en tanto que la que apoyaba a su rival, el presidente y candidato del estatus quo, Joe Biden era 41% (Encuesta publicada el 09/01/24).
En The Reactionay Mind (Oxford, 2018), el profesor Corey Robin considera que, en buena medida, un apoyo tan fogoso como el que caracteriza a los trumpistas —en buena medida pobres o clase media precaria pero finalmente blancos— es una reacción a las movilizaciones de ciudadanos afroamericanos y latinos que también provienen de un medio social de recursos escasos y que hoy exigen el reconocimiento efectivo de su igualdad de cara al resto de la sociedad.
Esa demanda no implica un juego suma cero, pues lo que puedan avanzar las minorías no significa pérdida material o de derechos para la mayoría blanca. Sin embargo, desde el punto de vista de un buen número de trumpistas el que se pretenda poner a quienes históricamente han estado en un plano de inferioridad social al mismo nivel de los blancos, implica para muchos de ellos una insoportable pérdida de estatus. Y para impedir esa merma simbólica, los trumpistas están dispuestos a apoyar a un líder surgido de las capas sociales altas, que favorece políticas económicas negativas para los intereses de clase de sus seguidores, pero eso no les importa en tanto el discurso del republicano refleje la visión del mundo que ellos tienen.
Otra faceta de la polarización norteamericana y que subraya el concepto de “polarización afectiva”, término acuñado por el sicólogo y politólogo de Stanford, Shanto Iyengar, supone la existencia de un instinto grupal que en su origen sirvió para alentar la cooperación en entornos con escasez de recursos. Ese instinto que permitió el surgimiento de la civilización misma ya no tiene sentido, pero persiste y hoy puede, si se le alienta, generar un sentimiento de miedo y odio hacia los individuos externos al grupo.
En ambientes de polarización afectiva miedo y odio suelen ser fomentados como estrategia por uno de los extremos del espectro político. En Estados Unidos, afirma la politóloga Lilliana Mason, Trump es el mejor jugador en ese campo (Liliana Mason, autora de trabajos sobre identidad política, Washington Post, 01/20/24).
En la coyuntura mexicana —la crisis del sistema político postrevolucionario más la aparición como alternativa de la “4a. Transición” que propone un cambio pacífico de régimen— ha llevado a que segmentos importantes de las clases medias y altas experimenten incertidumbre sobre su estatus y sus perspectivas de futuro. Esa circunstancia las hace susceptibles a prestar oídos y hacer suyos los torrentes de mensajes de miedo y odio provenientes de las dirigencias de las derechas para defender privilegios e intereses creados a lo largo de los últimos decenios.
En la campaña electoral de 2006 el eslogan y el video que presentaron a Andrés Manuel López Obrador como “un peligro para México” funcionaron a la perfección y hoy la derecha intenta hacer lo mismo pero no con eslogan nuevo sino tergiversando sistemáticamente el sentido de los propios lemas presidenciales como “primero los pobres” o “abrazos y no balazos” y el discurso que cotidianamente los enmarca para que se interpreten como una amenaza a los intereses y formas de vida de las clases medias y altas, clases que objetivamente no han experimentado ninguna pérdida material. El resultado ha sido similar al que en Estados Unidos han producido lemas como “black power” o “black lifes matter”.