En cualquier sociedad los enconos políticos son fenómenos de larga incubación y duración. Ello se puede ver en dos actos recientes, motivados por hechos ocurridos hace 46 y 42 años respectivamente, en el contexto de la “guerra sucia”: el intento de secuestro en Monterrey por cinco jóvenes integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S), que resultó en el asesinato del empresario Eugenio Garza Sada y el arresto y tortura en Culiacán, por militares y policías, de Martha Alicia Camacho y de su esposo. Martha Alicia, torturada, parió en el proceso y sobrevivió, su esposo no.

A propósito del aniversario del asesinato del más importante empresario regiomontano de entonces, el director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México, Pedro Salmerón, publicó en el Facebook institucional que quienes intentaron el fallido secuestro, fueron unos “valientes jóvenes”. La reacción al calificativo fue instantánea, pues para un poder económico como el Consejo Coordinador Empresarial “no es valiente quien se escuda en la violencia como vía de cambio” y exigió a Salmerón disculparse, luego, a iniciativa del PAN, el congreso de Nuevo León lo declaró persona non grata. Al final, el presidente de la República aceptó la renuncia de Salmerón, pero sin regatearle méritos como historiador.

En contraste, en el Centro Universitario Tlatelolco, de la Ciudad de México, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a nombre del Estado mexicano, pidió disculpas a la Sra. Camacho por la tortura a la que fue sometida y por la desaparición forzada y ejecución extrajudicial de su esposo, ambos miembros de la LC23S. Al tomar la palabra, quien fuera militante de la izquierda armada recalcó que sus viejos compañeros fueron no sólo valientes sino portadores de valores contrarios a la desigualdad y a la corrupción en que vivía el país.

La disculpa pública del gobierno se hizo en cumplimiento de una resolución de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y como parte de un objetivo mayor: iniciar un proceso de reconciliación nacional. Proceso que, según el subsecretario para los derechos humanos, Alejandro Encinas, requiere reconocer las prácticas contrainsurgentes ilegales del Estado y “obligarnos, no sólo a hacer una reflexión profunda, sino también a reescribir nuestra propia historia”.

En realidad, la historia está siempre en proceso de revisión y reescritura, pues cada época y grupo social reinterpreta el pasado según su situación presente. Ahora bien, el ritmo de la revisión y sus contradicciones se acelera en los períodos de cambio y confrontación de proyectos, como es el actual.

En tales circunstancias, la reconciliación vía la reinterpretación histórica es difícil. Y es que se trata de un choque tanto de intereses como de valores, y en este último campo hay incompatibilidades insalvables. Para muchos, Eugenio Garza Sada era la quintaesencia del hombre de acción, el emprendedor, el constructor. Estaba a la cabeza del Grupo Monterrey, grupo surgido en el porfiriato y en exitosa expansión. Se trataba de un capital muy fuerte, nacionalista, constituido alrededor de cuatro subgrupos —Cuauhtémoc, Alfa, Vitro y Cydsa— que a su vez tenían intereses en más de un centenar de empresas, y estaban en el corazón de la parte más moderna del capitalismo mexicano.

Para el grupo industrial, sólo la gran empresa privada podría modernizar al país y lo haría si el Estado jugaba su papel de garante del control social, (Matilde Luna en Julio Labastida [comp.], Grupos económicos y organizaciones empresariales en México, Alianza Editorial, 1986). El proyecto de la LC23S, formada en 1973, era diametralmente opuesto. Desde su condición social —clase media y popular— y visión, tras la represión del 68 y del 71, solo el socialismo y la vía armada harían avanzar los intereses mayoritarios. Supusieron que el secuestro del representante del gran capital permitiría canjearlo por sus compañeros presos y obtener fondos para llevar adelante su proyecto.

La LC23S, perseguida, se disolvió en 1983. El proyecto empresarial se mantuvo, pero sin llegar a ser la alternativa que dijo querer ser. Como el pasado nunca pasa del todo, lo que corresponde ahora es asimilarlo constructivamente y convivir en un marco de tolerancia pese a nuestras diferencias en valores y objetivos.

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