“Cuando tiene lugar un cambio de régimen político, esto puede lograrse” sentenció el expositor tras esbozar supuestos de la interacción de un conjunto de variables —inversión, demanda, tecnología, educación, salarios— en el marco de un modelo que busca que una economía rezagada como la nuestra de un salto cualitativo para alcanzar un crecimiento aceptable y sostenido.
Son poco frecuentes las coyunturas históricas que abren la posibilidad de un cambio sustantivo del régimen político de un país, de su economía y de su estructura socio cultural. Las naciones funcionan con complicados arreglos que, tras fraguar, se convierten en fuerzas conservadoras fuertes. Los cambios de fondo que pueden experimentar las sociedades actuales son resultado de fuerzas impersonales —innovaciones tecnológicas o catástrofes— o de esfuerzos conscientes de los inconformes con el statu quo. En este último caso, la historia muestra que los empeños frustrados superan a los exitosos.
Como sea, en México hoy se abre la posibilidad de intentar una de esas transformaciones forjadas por una voluntad política anclada en un fuerte respaldo social. Tales intentos generan lo mismo multitud de conflictos que de oportunidades.
Entre nuestra lista de viejos desafíos está lograr un crecimiento económico sostenido. Al final del siglo XVIII la minería de metales preciosos constituyó un polo exportador que, de haberse prolongado, quizá hubiera dinamizado a otros sectores. Un factor político —la guerra de independencia— cortó dicha posibilidad. La modernización dependiente y oligárquica del Porfiriato —ferrocarriles, minería, banca, agrobusiness, petróleo— fue interrumpida por la Revolución Mexicana. El “milagro económico” de mediados del siglo pasado, basado en el proteccionismo, se degradó antes de poder dar vida a un círculo virtuoso de desarrollo; algo similar le sucedió al proyecto neoliberal que se implantó al final de los 1980: el TLCAN sólo integró a la globalización a una parte de México.
Dejando de lado las complicaciones de sus ecuaciones y gráficas, el modelo que trabajan economistas de El Colegio de México —Alfonso Mercado, Saúl Mendoza y Julen Beresaluce—, propone maximizar, en áreas seleccionadas de la economía, una inversión que puede ser relativamente modesta pero que, bien seleccionada, es capaz de crear un impacto mayor.
Como todo modelo, el propuesto simplifica la realidad, pero sus supuestos son realistas. En un cambio de régimen como el actual es factible generar en el gobierno voluntad y capacidades para, sin salirse de las reglas del mercado, inducir inversiones en ramas productivas específicas. Ramas que deben elegirse en función de su carácter estratégico y de su mercado.
Aquellas empresas de las ramas productivas que fuesen el motor de este proyecto que busca alcanzar un crecimiento sostenido, tendrían que ocuparse del factor tecnológico —su modernización— y de su acompañante obligado: la educación de la fuerza de trabajo. Gobierno, empresa y trabajadores deben invertir recursos y tiempo con el propósito de que los operarios adquieran los conocimientos indispensables para su tarea. El objetivo final son empresas que estén y que se mantengan a la altura de la innovación en su ramo.
Y aquí entra otra variable políticamente delicada: el salario. El modelo supone lograr remuneraciones que incentiven al trabajador a prepararse pero que, a la vez, no rebasen el monto a partir del cual a la empresa ya no le convenga seguir adelante con su modernización.
La propuesta implica la voluntad política de ruptura con la dinámica prevalente para poner en marcha una coordinación de esfuerzos que los actores privados por sí mismos no son capaces de llevar a cabo y que necesita por fuerza del liderazgo del más alto nivel.
La propuesta tiene puntos de contacto con empeños del pasado que finalmente no fructificaron. Se trata de usar el poder ganado en las urnas para iniciar un círculo virtuoso en empresas bien seleccionadas que inyecten dinamismo en su rama económica para logre arrastrar tras de sí a otros sectores y, finalmente, dinamizar al conjunto de la economía. La propuesta no es utópica, ya se probó en otras latitudes. Ahora bien, para México el tiempo corre y, como señalará Renato Leduc, el tiempo que ahora se pierde, más adelante se llorará.
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