Visto como juego suma cero, lo ocurrido en Culiacán el 17 de octubre significó que lo que ganó el cártel de Sinaloa lo perdió el gobierno. Fue una jugada espectacular, pero el juego está lejos de haber concluido.

Para intentar entender el “jueves negro” de Culiacán se debe partir de lo evidente: que lo acontecido fue un desastre para la autoridad, que se evitó algo peor —un baño de sangre— y que de ninguna manera el incidente define el resultado de la confrontación del gobierno con el crimen organizado. El drama que tuvo lugar en el corazón de la zona de influencia del cártel de Sinaloa puede reforzar la propuesta que sostiene que la lucha contra el crimen organizado se debe librar menos en el terreno de las armas y más en el de las políticas: social, financiera —cegar las fuentes del dinero—, anticorrupción, legalización de sustancias prohibidas y presión sobre Washington para que impida el tráfico de armas y municiones hacia México.

La política no es ciencia exacta y los errores de cálculo los cometen hasta los supuestamente experimentados y con recursos. El título de esta columna muestra un ejemplo clásico. En enero de 1968 el ejército norteamericano en Vietnam del Sur aún lucía imbatible. Pero, durante la fiesta del Tet, los insurgentes le sorprendieron al repentinamente hacerse presentes en las cinco principales ciudades del país; en Saigón lograron incluso ocupar por unas horas la mismísima embajada de EU. El Tet del 68 demostró que incluso la inteligencia militar de una superpotencia puede subestimar al enemigo y ser sorprendida de manera espectacular. A mucho menor escala, en Culiacán sucedió algo similar.

En la malograda captura de uno de los herederos del que fuera líder del Cartel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” GuzmánOvidio Guzmán (y quizá también de su hermano Iván, según The New York Times, 18/10/19)— la inexplicablemente pequeña fuerza encargada de tamaña operación se vio sorprendida por la rápida y audaz reacción de los efectivos del cartel que, por unas horas, lograron superioridad numérica, desquiciar a Culiacán y su aeropuerto, tomar rehenes y, finalmente, hacer que el gabinete de seguridad federal y el propio presidente optaran por liberar al presunto criminal para evitar “daños colaterales” en gran escala. Dadas las circunstancias, fue esa la mejor salida de una operación mal planeada, mal implementada y quizá innecesaria.

Innecesaria porque el presidente López Obrador (AMLO), en una declaración al inicio del año, dijo que la prioridad de su gobierno no sería sostener la guerra contra el narco, ni dar primacía a la captura de los grandes capos. Su meta sería alcanzar la paz para recuperar la seguridad pública, (Time, 31/01/19).

La opción elegida por AMLO era y es correcta. La búsqueda y captura o eliminación de las cabezas de los grandes carteles ya mostró ser empresa vana: costosa en términos de sangre y recursos e ineficaz en lograr disminuir el trasiego de drogas prohibidas o debilitar al crimen organizado. A casi cada anulación de un gran capo criminal le ha seguido una lucha dentro y entre las organizaciones criminales que aumenta la violencia y, al final, hay nuevos líderes y organizaciones. Entonces ¿por qué se intentó capturar a Ovidio? ¿Porque Estados Unidos había pedido su arresto y extradición?

El actual gobierno debe intentar frenar los impulsos de Washington por imponer agendas. Ya ocurrió en materia de migración y quiere seguir haciéndolo en el combate a los carteles. Las contrapropuestas de México son más constructivas: para disminuir el flujo migratorio hay que invertir en las regiones expulsoras y para enfrentar al crimen organizado con un mínimo de violencia hay que cerrar sus fuentes de armas y dinero e invertir en programas sociales.

En Inglaterra, The Economist (21/10/19) calificó lo sucedido en Culiacán como choque entre un crimen organizado y un Estado desorganizado. Con su Brexit a cuestas, los ingleses ya no están para dar lecciones de organización, pero hay que aceptar que tanto gobierno como sociedad estamos política y moralmente obligados a dejar en claro que el reto del crimen organizado debe tener respuesta efectiva, que el juego suma cero será revertido, pero minimizando el uso de la fuerza y maximizando la inteligencia y el resto del instrumental del Estado.

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