¡Larga vida a la obra de don Pablo! Si Los grandes problemas nacionales (1909) de Andrés Molina Enríquez es el mejor esfuerzo de la naciente sociología mexicana para explicar la naturaleza del régimen porfirista, entonces la obra de Pablo González Casanova, en particular La democracia en México (1965), representa el siguiente gran momento de la sociología política mexicana en su esfuerzo por desentrañar la naturaleza del régimen político que hasta hace muy poco moldeó la vida del país.
A mediados del siglo pasado don Pablo se propuso emplear los mejores instrumentos teóricos de las ciencias sociales para entender la esencia del régimen priista en su apogeo. El marxismo y la sociología norteamericana fueron en manos de don Pablo herramientas libres de sus respectivos dogmas que sirvieron para profundizar en las realidades del autoritarismo mexicano y latinoamericano. La obra del sociólogo nacido, como Molina Enriquez en el Estado de México en febrero de 1921, se propuso identificar y explicar las estructuras reales del poder político y económico en sociedades como la nuestra para modificarlas. En su obra clásica, La democracia en México, don Pablo trazó magistralmente la radiografía de la “no democracia mexicana” y lo hizo en una atmósfera intelectual y académica muy influida, por un lado, por la Guerra Fría y por los estudios norteamericanos sobre el sistema político mexicano (R. Scott, W. Tucker, H. Cline, V. Padgett, F. Brandenburg, etc.) y por el otro por un presidencialismo autoritario y un partido corporativo de Estado en México muy efectivos y aceptados como democráticos por la gran potencia capitalista del norte.
El análisis sobre México de González Casanova fue una estupenda disección del país real, de su esencia no democrática y de la estructura del colonialismo interno y externo que limitan sus posibilidades de dar forma a una democracia política y social efectiva. Pero a diferencia de la izquierda revolucionaria que se inspiró en el triunfo de la revolución cubana, don Pablo propuso a los supuestos herederos de la revolución mexicana que se percataran de los límites del modelo al que habían dado forma y que tomaran la iniciativa para generar desde arriba un impulso democrático que permitiera una evolución económica, social y cultural para resolver pacíficamente las numerosas contradicciones sociales. Sin embargo, las cúpulas no prestaron atención al análisis del teórico social y pronto, en el 68, el sistema entró en crisis pues el diagnóstico de don Pablo sobre el tiempo mexicano fue acertado. Finalmente, de tumbo en tumbo los cambios se hicieron, pero a un costo innecesariamente alto y por haber seguido vías muy sinuosas.
En 1911, Andrés Molina Enríquez se desesperó por la lentitud del cambio, proclamó el Plan de Texcoco y fue a dar a cárcel. En 1972 González Casanova, como activísimo e imaginativo rector de la UNAM chocó de frente con el autoritarismo presidencial irreformable en su esencia y fue forzado a dejar la rectoría, pero se mantuvo en su papel de estudioso y crítico hiperactivo de las antidemocráticas realidades de México, de Latinoamérica y del sistema mundial en su conjunto. A pocos sorprendió que en 1994 la rebelión neozapatista encontrara en González Casanova un apoyo entusiasta inquebrantable.
En don Pablo la ciencia social mexicana tiene uno de los ejemplos más acabados y admirables de capacidad analítica, sensibilidad social, honestidad intelectual, congruencia personal y elegancia. El ejercicio de las disciplinas sociales de nuestro país tiene en la obra y en la persona de Pablo González Casanova un punto de referencia para justificar su razón de ser: la búsqueda sistemática de los caminos que conduzcan a la construcción de sociedades a la vez viables justas y dignas.