Es obvio que la fórmula presidencial “abrazos, no balazos” nunca implicó, no podía implicar, la renuncia a una de las características básicas del Estado, de cualquier Estado: sostener su monopolio de la violencia legítima.

El lema acuñado por Andrés Manuel López Obrador de “abrazos y no balazos” tuvo como propósito subrayar un cambio de orientación de la política gubernamental frente al crimen organizado. Resaltar la propuesta de un enfoque distinto al que había prevalecido en los sexenios anteriores, especialmente el encabezado por Felipe Calderón. La idea central era y sigue siendo que ni moral ni prácticamente se debe buscar frenar y revertir la creciente ola de violencia criminal “declarándole la guerra” al narcotráfico. El crimen organizado que hoy impone su ley en varias zonas del territorio nacional nació y creció como resultado, entre otras causas, de la coincidencia de una gran desigualdad social, debilidad institucional y auge de la demanda externa de opioides, cocaína, marihuana y drogas sintéticas y todo ello enmarcado en acuerdos internacionales a partir de la Convención Internacional del Opio de La Haya de 1912, auspiciada por Estados Unidos.

El enfoque prohibicionista y las organizaciones gubernamentales nacionales y extranjeras encargadas de hacerlo efectivo han naufragado en su misión de erradicar o al menos inhibir el consumo de las drogas que prohíben y por tanto también han fracasado en su combate a las organizaciones criminales que las comercializan, aunque sí han tenido un gran éxito en generar fuertes intereses políticos y burocráticos que sostienen al conjunto de agencias nacionales e internacionales a cargo de combatir el tráfico de lo prohibido.

En una sociedad como la mexicana, donde 55.7 millones de sus miembros han sido clasificados como pobres (Coneval, 2020), el 1% más rico de la población posee el 21% de la riqueza y donde se calcula que 10 personas han acumulado fortunas que equivalen al valor de lo poseen la mitad de sus miembros más pobres (Oxfam México, 2015 y 2022) es difícil la movilidad social de los más pobres, como también es difícil construir algún tipo de “Estado de bienestar” con un fisco que sólo puede captar el 19.5% del PIB (en la OCDE el promedio es de 24%). En esas condiciones “los abrazos” que puede repartir AMLO en el gran universo de los mexicanos pobres —desde becas de varios tipos, hasta fertilizantes— no pueden competir con las ofertas que ofrecen a sus reclutas cualquiera de los 37 cárteles que se supone que hoy operan en México. Después de todo, y según la agencia especializada de la ONU, este tipo de crimen en México recibe recursos que rondan los 25 mil millones de dólares, (El País, 10/03/22) es decir una suma que casi compite con los 29 mil millones que nuestro país recibió en 2021 por sus exportaciones petroleras.

Al lado del gasto social y del esfuerzo por generar empleo vía la obra pública, AMLO ha tenido que echar mano del ejército, la armada y la recién creada Guardia Nacional para contener el avance de los ejércitos irregulares de las organizaciones criminales, es decir, de los balazos.

En las condiciones actuales es simplemente imposible para el gobierno depender sólo de “los abrazos” para neutralizar al crimen organizado. Desafortunadamente se va a requerir por un tiempo, quizá largo, continuar con “los balazos”. Sin embargo, México debe insistir en una alternativa al prohibicionismo a nivel internacional. Las fuerzas armadas (FA) tienen que mantenerse en confrontación directa con los carteles de la droga y del robo de combustible. Recuperar el control del territorio y de la seguridad perdida. El “culiacanazo” de 2019 ya tuvo respuesta efectiva en enero, pero a un costo alto pues las bajas recientes de las FA incluyen a tropa, clases, oficiales, jefes e incluso un general.

En la coyuntura, la combinación apropiada de abrazos y balazos en México requiere de una gran sensibilidad e inteligencia de parte de los responsables políticos y militares, pero siempre considerando que los balazos deberán quedar cada vez más en el trasfondo y los abrazos, cualquiera que sea su definición, en el primer plano. 


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