En teoría, alcanzar el poder e instalarse en la lógica de administrarlo según sus intereses explícitos y, sobre todo, implícitos, suele ser el objetivo de los partidos que no cuestionan la naturaleza misma del régimen donde operan. En su caso la alternancia partidista podrá llevar a cambios en el estilo de gobernar y en políticas muy puntuales que se explicarán por virajes hacia la derecha o la izquierda según el caso, pero dentro de los marcos del statu quo.
Un ejemplo de ello se tiene en el PAN cuando en el año 2000, y por dos sexenios, reemplazó al PRI en la presidencia. La victoria de Vicente Fox significó un cambio partidista tanto en los altos mandos del gobierno como en su logo —el águila completa fue reemplazada por “la mocha”— pero en esencia todo siguió como antes. En contraste, con la llegada a la presidencia del gobierno del partido-movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la mera toma del mando del aparato de gobierno nunca fue el propósito final, sino apenas el punto de partida para lograr un objetivo mucho más ambicioso y disruptivo: modificar la naturaleza del sistema político.
Y en relación a la tarea de empezar la demolición del viejo régimen e iniciar la construcción de otro —por régimen aquí se entiende el conjunto de instituciones formales e informales y la naturaleza de las relaciones entre los ámbitos públicos y privados y los valores que efectivamente rigen en la lucha y el ejercicio del poder— conviene recordar lo que hace cinco siglos advirtió Maquiavelo: “…no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que introducir nuevas leyes” (El príncipe, 1531, capítulo VI).
Y justamente el introducir nuevas leyes, modificar prácticas y, sobre todo, trastocar valores culturales, de convivencia y de poder entre las clases, es la esencia de un cambio de régimen. En esa coyuntura AMLO y Morena han debido enfrentar no sólo a los desplazados del mando sino también a quienes inicialmente le apoyaron, pero quedaron resentidos al no haber recibido lo que creían merecer y a una multitud que con razón o incluso sin ella se consideran afectados o amenazados por el cambio. La experiencia de la 4T confirma una vez más a Maquiavelo.
Si Morena consiguiera en las urnas este año un mandato similar o superior al que obtuvo en 2018 estaría en posibilidad de lograr lo que hace 84 años el cardenismo no pudo: continuidad y con ello la posibilidad de consolidar el cambio hacia la izquierda.
En el 2018, el lopezobradorismo logró lo que por muchos años parecía un imposible: por la vía de una legalidad diseñada expresamente por el sistema autoritario ganar pacíficamente el control de las estructuras de gobierno y de inmediato empezó a poner los cimientos de uno nuevo. De volver a triunfar Morena, la mera conservación y administración de lo ya ganado no puede ser una opción legítima para Claudia Sheinbaum y la 4T pues, de un lado aún hay promesas por cumplir y, por otro, mucho de lo logrado puede ser reversible si no se avanza. El proyecto de la oposición es justamente reimponer en lo esencial el estatus quo ante.
Para la 4T la lista de las tareas sustantivas de gran importancia a continuar o emprender para no perder la iniciativa incluyen, además de la consolidación, las siguientes, aunque no necesariamente en ese orden. Medidas inmediatas para sacar de la pobreza extrema a los nueve millones de mexicanos que se encuentran en esa categoría. Frenar la tendencia hacia la concentración de la riqueza; la tesis de Oxfam al respecto es contundente: la democracia es incompatible con una estructura de poder que permite que 14 supermillonarios posean 8.18 pesos de cada cien pesos de la riqueza privada en un país de 126 millones de habitantes. Ya se hizo tarde para proceder a una reforma fiscal pues mientras el fisco de los países de la OCDE recaudaba en promedio el 34.1% de su PIB, México apenas logra un magro 17%. En esas condiciones la gran inversión necesaria en educación, salud e infraestructura es imposible.
Mientras la soberanía del Estado siga cuestionada por el crimen organizado en varias regiones del país, una de sus características fundamentales estará en duda. Como la posibilidad de que se mantenga la hostilidad concertada de los medios de comunicación corporativos contra la 4T, se requiere mantener una red de canales de comunicación cotidiana con los ciudadanos que ya no descanse sólo en la capacidad del Presidente y su “mañanera”. Y la lista puede seguir.
En fin, la elección por venir tiene ya un sello histórico, pues de ella depende si es posible o no acabar de dar forma a un nuevo régimen.