En la construcción de cualquier sistema político moderno, democrático y funcional siempre habrá, junto a lo logrado, lo que aún queda por alcanzar, pues la meta siempre se mantendrá como un ideal. El caso mexicano ha estado históricamente retrasado en su proyecto nacional. Viene al caso citar al poeta Robert Frost en su reflexión sobre su proyecto vital: “Antes de poder descansar, aún tengo promesas que cumplir y millas por andar”.
Robert Dahl —uno de los teóricos clásicos en materia de democracia— listó hace ya medio siglo las características esenciales del sistema. Dicha propuesta tiene como característica fundamental una meta tan clara como difícil de materializar: un gobierno que de manera sistemáticamente responda a las preferencias políticas expresadas libremente por ciudadanos considerados como iguales (Poliarchy, 1971).
Tres son los rasgos esenciales del ideal: 1) marco legal e institucional que permita la existencia de organizaciones ciudadanas que libremente generen y difundan preferencias políticas en un contexto donde hay acceso a la información pertinente, 2) canales institucionales que habiliten a los ciudadanos, de manera individual o colectiva, para hacer saber sus preferencias, 3) asegurar que dichas preferencias sean realmente tomadas en cuenta y procesadas de manera efectiva y equitativa por las estructuras institucionales.
Hasta hace muy poco tiempo, las prácticas reales del sistema político mexicano cuadraban muy bien con la naturaleza de los regímenes autoritarios y muy mal con las de los gobiernos democráticos. Sin embargo, en los últimos años la situación mexicana ha experimentado cambios muy significativos al punto que hoy su naturaleza se acerca más a las propias del modelo democrático y menos a las de algunas variantes del autoritarismo. No obstante, dicha transición aún no es completa.
En la práctica, nuestro actual Instituto Nacional Electoral (INE) todavía debe desprenderse del peso de la desconfianza que heredó de su antecesor, el IFE, y de todas las estructuras y prácticas que históricamente se distinguieron por organizar elecciones sin contenido real, fraudulentas e incapaces de generar legitimidad democrática. Es posible que la evolución de nuestra cultura política en combinación con la compleja y costosa maquinaria del INE, lleven a hacer realidad, por fin, el lema maderista del sufragio efectivo. De ser así, debemos esperar que las decisiones y acciones del gobierno coincidan cada vez más con las preferencias expresadas en las urnas.
La interferencia con la libre expresión de las preferencias de críticos y opositores fue un rasgo recurrente a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, en la coyuntura actual, la oposición y los críticos mantienen un activismo sistemático sin experimentar no una represión al estilo santanista o porfirista, diazordacista o echeverrista, sino la más discreta como, por ejemplo, la de López Mateos o Carlos Salinas. Hoy la oposición puede actuar sin cuidarse las espaldas como debe ser en el modelo democrático.
México siempre ha experimentado con intensidad las propuestas de proyectos antagónicos de nación que desembocaban en el intento de anular al adversario —imperio vs república, centralización vs federalismo, liberalismo vs conservadurismo, releccionismo vs anti reeleccionismo, revolución vs contrarrevolución, etc. Sin embargo, el actual enfrentamiento entre la 4ª Transformación y la derecha se está dando con gran intensidad, pero observando las reglas democráticas y desechando la vía violenta.
Hoy el ciudadano mexicano dispone de información relativamente abundante, aunque tal información aún no tiene la calidad que requiere un proceso realmente democrático pues los medios, televisión, prensa y radio se mantienen sesgados en sus noticias y análisis. Aquí hay mucho camino que recorrer para acercarnos al ideal.
Finalmente, el supuesto de la igualdad política entre los ciudadanos, característica central para el buen funcionamiento de estos procesos, es un supuesto que aún está lejos de poder remontar un obstáculo enorme en México: la desigualdad social arraigada en nuestra historia colonial y prolongada hasta nuestros días. Según CEPAL, 2/3 partes de la riqueza mexicana está en manos del 10% de su población.
En suma, la construcción de México como nación democrática ha avanzado rápido en los últimos tiempos, pero aún tiene un camino difícil de recorrer, particularmente en el campo de la información y del complejo problema antes de poder acercarse más al supuesto de la igualdad ciudadana y de la sociedad adecuadamente informada.
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