Las definiciones de guerra de Karl Von Clausewitz “la continuación de la política por otros medios” o “un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad” pueden ser útiles al examinar la naturaleza y el papel de la “guerra sucia” política.
La actual campaña electoral en México busca decidir no sólo que grupo dirigirá al país en los próximos años sino también la naturaleza del régimen. Desde esta perspectiva, la política adquiere el carácter de una guerra pues se trata de una lucha que echa mano de todos medios a su alcance —éticos o no—, para obligar al otro a acatar la voluntad del atacante.
El historial de la lucha electoral del México independiente no es un ejemplo de contiendas guiadas por el espíritu de considerar al otro no como un enemigo a someter o destruir, sino como un contendiente con el que finalmente se tiene que convivir y llegar a acuerdos. Fue al calor de los resultados una gran conmoción del orden internacional, provocada por las revoluciones norteamericana y francesa, las guerras napoleónicas y las independencias latinoamericanas que en un México ya independiente tuvo lugar la primera elección presidencial (1824). Sin embargo, México distaba entonces de ser una nación y las cosas no marcharon como debían. Hubo un rosario de elecciones nacionales a partir de entonces -alrededor de cuatro decenas- pero poco tuvieron que ver con los giros de la turbulenta vida pública del siglo XIX. El poder dependió del ejercicio directo de la fuerza: de los pronunciamientos, de una guerra civil intermitente y de la mano dura de la pax porfirica.
Justamente por ese carácter tan poco relevante de las elecciones, la rebelión democrática maderista de 1910 tuvo como lema el “sufragio efectivo, no reelección”. Sin embargo, y de no haber sido por el asesinato de Obregón, el principio de la no reelección -que finalmente resultó muy funcional para la renovación interna del régimen de la Revolución- no hubiera sobrevivido más allá de 1928 y el sufragio nunca tuvo la menor oportunidad de ser efectivo.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado el desgaste del sistema autoritario postrevolucionario —crisis políticas intercaladas con crisis económicas— obligó al sistema de partido de Estado a aceptar reformas electorales hasta llegar en el año 2000 a perder la presidencia, pero cuidándose de dejarla en manos de una “oposición leal” que aseguraba que los cambios en las formas de administrar el poder no tocaran a su contenido.
Finalmente, en el 2018 tuvo lugar una elección presidencial con contenido, cuyo resultado no fue previamente negociado y que tuvo las características propias de una votación democrática: libertad de sufragio, acceso a información plural y contrastante, opción entre proyectos partidistas con diferencias reales y resultados creíbles.
Si bien por todo lo anterior ya hay elementos para alimentar el optimismo en torno a la dirección del sistema electoral mexicano, desde 2006 apareció una sombra: los inicios de la guerra sucia en las campañas electorales. En el resultado oficial de hace 18 años, donde supuestamente la oposición perdió la elección por sólo medio punto porcentual, influyó y mucho un clima de miedo generado por una novedosa guerra sucia que a través de Televisa advertía incesantemente que si se reconocía la victoria de la oposición de izquierda, México se vendría abajo.
Hoy los practicantes de la guerra sucia electoral ya la admiten desvergonzadamente como un arma necesaria en su arsenal. Jorge G. Castañeda, por ejemplo, recomienda (04/04/24) que la campaña de la oposición use todos los medios recomendados por el arte de guerra sucia para bajar las preferencias ciudadanas por la candidata puntera —Claudia Sheinbaum— y suba las de su oponente. Un experto que estudia las guerras sucias en América Latina, Julián Macías Tovar de Pandemia Digital, ha mostrado, vía errores del programador de un trollcenter, que miles de cuentas y millones de mensajes en el ciberespacio que relacionan al Presidente y a Sheinbaum con el narco son sólo un producto de robots creados por empresas especializadas en México, España o Argentina.
No sabemos hasta dónde pueda llegar esta “política por otros medios”, pero es muy perturbador que cuando finalmente estamos en posibilidad de vivir una etapa de genuina competencia electoral, la oposición de manera franca, descarada, opte por las armas ilegítimas de la “guerra sucia” para ganar lo que no puede en buena lid.
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