Según el diccionario Webster, por doctrina puede entenderse como el principio formulado por un gobierno como base de una política. La Doctrina Monroe (DM), en tanto principio de política exterior enunciado en 1823 por Estados Unidos, dependió de su capacidad para imponerlo al resto de la comunidad internacional y para ello debió primero acumular elementos de poder a lo largo de décadas.
Como es sabido la divisa de la DM fue el “América para los americanos”. En principio la base moral de tal propuesta era simple: si las recién nacidas naciones americanas no se inmiscuían en los conflictos europeos, los países europeos deberían abstenerse de inmiscuirse en los asuntos de sus excolonias americanas. En realidad, eran varias las potencias europeas que podían —y pudieron— intervenir en coyunturas políticas del hemisferio Occidental pero, hasta fines del siglo XIX, ningún país americano, incluido Estados Unidos, pudo jugar un papel relevante en asuntos europeos.
Si España no tuvo éxito en sus planes de reconquista de su imperio americano no fue porque la DM se lo impidiera, sino porque no le convino a la mayor potencia naval e industrial de la época: Inglaterra. Pero todo cambió cuando Estados Unidos entró a la liga de las grandes potencias derrotando a España en 1898 y arrebatándole en un santiamén Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Washington refrendó su posición como potencia en 1902-1903 al asumir el papel de componedor del bloqueo naval impuesto a Venezuela por Inglaterra, Alemania e Italia, que querían cobrar una deuda. En 1904, el presidente Teodoro Roosevelt añadió un “corolario” a la DM según el cual Washington intervendría en cualquier país americano cuya incapacidad para mantenerse en orden pudiera dar pie a una nueva intervención europea. En el inicio, las naciones de Hispanoamérica no vieron a la DM como un peligro para su endeble soberanía sino como un apoyo. Sin embargo, para inicios del siglo XX, era obvio que el objetivo de la DM era declarar a Latinoamérica como esfera de influencia exclusiva de Washington. Se trataba de establecer en este continente un nuevo imperio, pero esta vez informal porque Estados Unidos se definía como antiimperialista pese a que en la práctica y desde muy tempano practicó una política del poder similar a la de cualquier otra potencia colonial, como lo demostró con su guerra de conquista del norte de México, su “compra” forzada de La Mesilla o la manufactura de la “independencia” de Panamá.
Con la I Guerra Mundial, el supuesto quid pro quo entre Estados Unidos y Europa -no intervenir en el lado Atlántico del otro- simplemente dejó de existir.
En 1928 un funcionario del Departamento de Estado que llegaría a ser embajador en México, Reuben Clark Jr., redactó un largo memorándum (238 pp) sobre la “Doctrina Monroe”, que dejó en claro que Estados Unidos intervendría en América Latina cuando así le conviniera pero que en cualquier caso mantendría su oposición a intervenciones en la región de países extracontinentales. La naturaleza de ese “América para los americanos” quedó plenamente aclarado.
El año pasado una congresista norteamericana de origen portorriqueño, Nydia M. Velázquez, presentó un proyecto de resolución para que la DM dejase de ser considerada parte del marco formal de la política exterior norteamericana. Le apoyaron otros cuatro legisladores demócratas progresistas, entre los que destaca Alexandria Ocasio-Cortez, y que también demandan el fin del bloqueo económico contra Cuba.
El senador Bernie Sanders fue al corazón del tema al calificar de hipócrita la condena por Washington a las “esferas de influencia” que pretenden Rusia en Ucrania o China en el mar de China, mientras Estados Unidos ha usado por dos siglos a la DM como excusa para crear y mantener la suya en América Latina.
Por ahora se ve difícil, por no decir imposible, la aceptación de la iniciativa de la congresista Velázquez para declarar difunta a la DM y poner fin a la presión contra Cuba —ejemplo de lo que le sucede a quien se atrevió a violar a la DM— pero, incluso si llegara a ser el caso, Estados Unidos va a seguir insistiendo en actuar en nuestra región como coto exclusivo o casi, simplemente porque sigue siendo un país imperial.