Para el ingeniero Carlos Slim es “una tontería” considerar la desigualdad social y la inequitativa distribución de la riqueza en nuestro país —dos caras de una misma moneda— como temas y problemas fundamentales, al menos así se reporta lo que argumentó el ingeniero en un seminario que tuvo lugar en el ITAM. Para el hombre con la mayor fortuna en México y presidente honorario y vitalicio del grupo CARSO, la discusión de fondo en nuestro país debe centrarse en cómo se puede alcanzar un mayor crecimiento económico y no en andar centrando el debate en torno a políticas destinadas a lograr una distribución más equitativa de la riqueza.
Desde esa perspectiva, lo que importa es explotar la coyuntura —el tratado de libre comercio con Estados Unidos y el nearshoring— para generar la riqueza que haga crecer el PIB a un ritmo bastante mayor al actual. Lo ideal es diseñar y poner en práctica un plan para lograr que la inversión llegue a ser el 30% del PIB y donde las 2/3 partes sean inversión privada nacional (se supone que CARSO tendría ahí un papel preponderante) y el resto correspondería a inversión externa y pública por partes iguales (La Jornada, 13/01/24).
En un escenario así emplear tiempo debatiendo en torno a la desigualdad y la distribución del ingreso resultan verdaderas “tonterías”. Lo esencial es “volver a la unidad sin confrontaciones”, tener un gobierno “con un rumbo definido” y llegar a acuerdos con Estados Unidos y el resto de los países americanos “para detener la ola migratoria”. En suma, el esfuerzo debe tener como meta el que “fortalezcamos el poder adquisitivo de la población” y ser conscientes que el reto inmediato no tiene que ver con la disminución de la desigualdad y la inequidad sino con el potencial que tiene la inteligencia artificial para generar desempleo.
Para el ingeniero Slim —cabeza de un grupo empresarial valuado en más de cien mil millones de dólares según datos de la agencia Bloomberg—, los últimos cuarenta años, justo aquellos en que predominó la política neoliberal que tanto fomentó el ITAM, no fueron precisamente la mejor época de la economía mexicana pues el PIB tuvo un crecimiento raquítico. No, la última buena época económica para México fue la que se inauguró con la campaña nacionalista de los 1930 como una respuesta a los efectos en México de la Gran Depresión de 1929. Fue en esa coyuntura y siempre según la interpretación del ingeniero Slim, que México se transformó de sociedad rural en industrial con la participación del sector empresarial nacional, y por medio siglo pudo mantener un crecimiento económico del 6.17% anual.
La interpretación del ingeniero Slim de los últimos 95 años del desarrollo económico mexicano está un tanto sesgada pues la supuesta unidad nacionalista que arrancó en los años treinta, fueron los años del cardenismo y estuvo políticamente asentada en un gran esfuerzo (¿una tontería?) por disminuir las desigualdades sociales. Esa política se centró en la reforma agraria, es decir, en una gran redistribución del principal recurso económico del México rural y mayoritario de entonces. Y la tierra fue expropiada a los grandes concentradores de la riqueza que más importaba a las mayorías de la época. La redistribución de la tierra más el aumento del poder de negociación del sindicalismo fueron convertidos por un partido único (PRM y luego PRI) en la base de un corporativismo encabezado por una presidencia fuerte y autoritaria. Esos fueron los elementos clave para construir la unidad política y hacer viables las políticas económicas de una época en que el PIB mexicano alcanzó tan notable crecimiento.
Pero al juzgar esa época aparentemente dorada en materia económica hay que tener en cuenta al menos dos hechos: a) que en el arranque tuvo como prerrequisito una gran redistribución de la propiedad y b) que la aparición del México industrial y urbano se hizo a un costo social enorme. Como botón de muestra puede, y deben, leerse trabajos como Los hijos de Sánchez (1961) del antropólogo Oscar Lewis para aquilatar el precio que la mayoría de los mexicanos tuvieron que pagar por el llamado “Milagro mexicano”. Intentar repetir ahora la fórmula sería políticamente inviable y moralmente inaceptable.
Como post data vale la pena recordar que el ciclo de gran crecimiento de la economía novohispana de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, basado en la explotación minera, concluyó con una gran explosión social justamente en la zona donde se acumuló la gran riqueza de la pequeña minoría propietaria. Y que el fenómeno se repitió al concluir las notables celebraciones de la modernidad industrial del Porfiriato en 1910. No, desentenderse de la desigualdad y la distribución inequitativa de la riqueza no es una tontería es una irresponsabilidad.