En nuestro país “no hay la más mínima oportunidad para los Huertas, los Francos, los Hitler o los Pinochet” ¿Por qué el Presidente decidió referirse así a algo que México no ha experimentado en más de un siglo?
Un golpe de Estado es el derrocamiento repentino y violento de un gobierno por el ejército. Es producto de una gran inestabilidad social e incertidumbre política y generalmente es promovido por fuerzas de derecha que buscan reimponer por la fuerza un orden que les fue favorable.
En México, aunque se experimenta una viva confrontación entre las derechas y el gobierno, no hay inestabilidad social y esas derechas tienen todas las oportunidades para operar en el marco institucional. Por tanto, la advertencia presidencial sólo se entiende por la concatenación de varios eventos recientes: los actos de gran violencia como los ocurridos en Minatitlán o Aguililla y, sobre todo, la espectacular toma de Culiacán del 17 de octubre por varios cientos de sicarios muy bien armados del Cartel de Sinaloa para rescatar de manos de las fuerzas federales a Ovidio Guzmán, hijo del capo mexicano más conocido: “El Chapo”.
En este entorno y ambiente de desafío al Estado, el 3 de octubre el general Homero Mendoza, jefe del Estado Mayor del ejército, en una reunión entre funcionarios mexicanos y norteamericanos, advirtió que su institución sufría “un proceso de desgaste muy fuerte” por un aumento en la cantidad y calidad de sus tareas. Luego, el 30 de octubre, La Jornada publicó fragmentos de un inusual discurso pronunciado una semana antes, en la Sedena y en presencia del general secretario, por el general de división en retiro Carlos Gaytán Ochoa. En esa reunión, el general Gaytán, que fuera alto mando en los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, caracterizó de manera muy negativa la política del jefe nato del ejército: el presidente de la república. Los otros generales asistentes aplaudieron sus palabras y no se informó de ninguna reacción al respecto del general secretario. Para rematar, otro divisionario en retiro, Sergio Aponte Polito, se unió a la crítica a través de una entrevista en Proceso, (03/11/19), donde afirmó que había molestia y decepción en el ejército por el fallido operativo de Culiacán, donde la decisión de liberar a Ovidio había tenido el respaldo del presidente para evitar un mayor daño a la población civil.
Todo lo anterior conformó una coyuntura muy complicada para la Cuarta Transformación (4T) encabezada por Andrés Manuel López Obrador y que, sostenida por un triunfo electoral incontestable, pretende llegar a ser el equivalente de una “revolución pacífica”. Y es que la meta de esa 4T es ambiciosa: rehacer por la vía pacífica, un arreglo social y político contrahecho y corrupto, que por décadas funcionó en beneficio de una minoría que sin ningún pudor concentró riqueza y privilegios a pasto. Naturalmente, este intento ha afectado —y seguirá afectando— multitud de intereses económicos y de la alta burocracia del pasado. En este contexto, es inevitable el choque entre lo que hasta ayer fue y lo que hoy busca ser. Es una confrontación abierta pero que se ha llevado y debe seguir llevándose dentro de la legalidad. Por tanto, meter al ejército como actor en esta pugna y contexto, es afectar una institucionalidad ya de por sí muy dañada. Las declaraciones del presidente deben tomarse como un llamado a no avanzar por un camino que no puede conducir a ningún desenlace positivo, ni siquiera para el ejército o la derecha.
Y a esta situación ya suficientemente complicada, se ha añadido el brutal ataque del crimen organizado en Bavispe, Sonora, a un grupo de mujeres y niños mormones con doble nacionalidad. Eso metió de lleno al “factor norteamericano” en la coyuntura, y lo metió no para poner fin al contrabando de armas sino para insistir en continuar la fallida “guerra contra el narco”.
Hoy, el reto del crimen organizado a la 4T y a un Estado mexicano muy débil es mayúsculo, y requiere una respuesta múltiple, rápida y bien llevada, para arrancar a ese crimen sus bases sociales, desmantelar su red financiera y hacer un uso inteligente pero decidido de la fuerza legítima. En esta coyuntura, todos, incluidos los militares, debemos considerar lo que implicaría empujar las diferencias políticas a sus límites.
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