Para aquilatar un significado político y sociales de lo ocurrido el 2 de junio pasado se puede recurrir a un análisis de las coyunturas políticas de 1940 y 2024, recordando que lo que no pasó en caso pudo haber pasado —historia contrafactual— y que la política comparada que tan buenos resultados ha dado desde que la empleó Aristóteles suele ofrecer buenas explicaciones.
El complejo proceso político de la llamada Cuarta Transformación o 4T y que se presenta como la primera etapa de un proceso de cambio mayor cuyo objetivo es recuperar al Estado activo para ponerle un arnés a la fuerza del mercado y poder conducir a esa fuerza a donde mejor armonice con la mezcla de intereses en choque que conviven en nuestra sociedad. A la 4T le interesa dar prioridad a lo que en principio no lo es para el mercado: la suerte de los económicamente débiles y que son la base del partido en el poder. Para ello y entre otras cosas se necesita mantener la separación entre el poder político y el económico -la desoligarquización del ejercicio del poder- para revertir la notable desigualdad social y regional que ha caracterizado a México por siglos.
Al ver la actual 4T con perspectiva histórica es posible suponer que un proceso similar que pudo haberse iniciado ocho décadas atrás fue bruscamente interrumpido en 1940 y no alcanzó a cambiar el rumbo conservador que ya llevaba el desarrollo mexicano y sólo quedó registrado como el sexenio progresista de la post Revolución Mexicana: el cardenismo (1934-1940).
El éxito inicial de la política de masas del presidente Lázaro Cárdenas requirió como primer paso que el general michoacano se desembarazara del control informal pero efectivo que el expresidente Plutarco Elías Calles había mantenido sobre los tres antecesores de Cárdenas: el presidente interino Emilio Portes Gil (1928-1930), el presidente constitucional Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) y el presidente sustituto Abelardo Rodríguez (1932-1934). Cárdenas pudo deshacerse de Calles en su papel de “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana” y asumir efectivamente las riendas del Poder Ejecutivo en 1935 gracias a que mantuvo el control sobre el ejército en la coyuntura, un ejército que en ese momento ya empezaba a comportarse institucionalmente y dejaba atrás la época en que generales poderosos se insubordinaban contra los presidentes Venustiano Carranza (rebelión de Agua Prieta), Álvaro Obregón (rebelión delahuertista) y Pascual Ortiz Rubio (rebelión escobarista). En junio de 1935, Cárdenas purgó a su gabinete y al gobierno —incluido el ejército— de callistas y en abril de 1936 pudo expulsar del país al propio “Jefe Máximo” sin mayor problema. Fue en esas condiciones cuando el presidente pudo acelerar la construcción de su propia base de poder y desarrollar a fondo sus políticas de izquierda en materia agraria, obrera, educativa, internacional y otras.
En contraste con el cardenismo, la 4T y el lopezobradorismo adquirieron forma y contenido mucho antes de ganar la presidencia y poner en marcha sus políticas. Mientras Cárdenas tomó el poder desde dentro y por sorpresa, Andres Manuel López Obrador (AMLO) lo hizo desde fuera y tras una lucha larga. Es ya en el ejercicio efectivo del poder cuando el cardenismo y lopezobradorismo se hermanan.
Por un momento la gran energía generada por la política de masas del cardenismo tuvo el potencial de trascender el sexenio y desembocar en una transformación de largo plazo del régimen moldeado por los gobiernos presididos por los líderes norteños.
Cárdenas pudo poner en marcha su política nacionalista y de masas porque aprovechó al máximo las condiciones interna y externa favorables. La interna fue sobre todo la previa destrucción de la oligarquía porfirista. La externa fue la adopción en la potencia vecina del norte del reformismo del presidente Franklin D. Roosevelt: el New Deal y la Good Neighborn Policy en Latinoamérica. AMLO sí tuvo que enfrentar a la nueva oligarquía, pero también contó con algo que le favoreció: el fin de la Guerra Fría a partir de 1991, lo que le evitó confrontar el anticomunismo internacional de Washington que consideraba peligrosa e intolerable a cualquier manifestación de izquierda o nacionalista al sur de su frontera.
Es en el tema de la continuidad transexenal donde se vuelve a hacer notorio el contraste entre cardenismo y lopezobradorismo. Para 1940, la hostilidad de las derechas mexicanas ante la eventualidad de la consolidación del cardenismo vía la candidatura del general Francisco J. Múgica hizo que empezara a fraguarse un movimiento de rebeldía encabezado por el general Juan Andrew Almazán, que finalmente echó abajo esa posibilidad.
Y otra vez el contraste. Así como el arribo al poder de la 4T fue resultado de un largo proceso, la sucesión de AMLO también fue también preparada de tal forma que la candidatura de Claudia Sheinbaum como abanderada del “cambio en la continuidad” contó desde el inicio con el respaldo masivo y organizado de las bases lopezobradoristas. Y aunque la oposición de derecha se mostró tan dispuesta como la de 1940 a acabar con las posibilidades de continuidad del giro a la izquierda, nunca contó con una base masiva como la de Morena ni con la posibilidad de una fractura en un ejército plenamente institucionalizado, ni menos con un liderazgo que pudiera neutralizar al muy consolidado y carismático de AMLO y sí tuvo que cargar con el desprestigio histórico de la oligarquía neoliberal, del PRI y de su aliado de conveniencia, el PAN.
El fin de la presidencia de AMLO y la continuación de la 4T en el próximo sexenio va a requerir, entre otras condiciones, que la esencia política y moral del lopezobradorismo se mantenga sin AMLO, de tal manera que el implante de la 4T en la orientación del sistema político mexicano sea estructural y ya no personal. Sólo así podrá resistir las presiones en contra que va a generar la poderosa oligarquía neoliberal.