En nuestra agenda histórica los problemas nacionales de fondo son obvios: pobreza, desigualdad y corrupción. Sin embargo, en la coyuntura actual las encuestas muestran que a la mayoría le preocupa más la inseguridad y la violencia que la triada de males seculares.
Will Fowler, historiador inglés, sostiene que en términos relativos la brutalidad, destrucción y derramamiento de sangre que tuvo lugar en México a mediados del siglo XIX fue de una magnitud mayor que la guerra de independencia, las guerras contra Estados Unidos y la intervención francesa o la Revolución (La guerra de tres años, 1857 y 1861, [Paidós, 2020]). Esa cruenta guerra fue acompañada por una ola de bandidaje. Frente a esa visión general producto de la investigación contrasta otro producto de la ficción y de la experiencia directa: la novela de Luis G. Inclán, Astucia. El jefe de los hermanos de la hoja, publicada por entregas a partir de 1865 y cuyos protagonistas —contrabandistas de tabaco— operaban exitosamente en el centro del país. Llama la atención que en ese contexto de violencia extrema e ingobernabilidad generalizada la organización al margen de la ley hiciera un uso mínimo de la violencia. La novela de Inclán es eso, ficción romántica pero una ficción creíble para lectores muy cercanos a los acontecimientos. Desde el presente, las perspectivas que nos ofrecen el historiador y el novelista resultan en una paradoja: en un México envuelto en la violencia e inestabilidad era posible que en ciertas regiones surgieran organizaciones dedicadas a actividades económicas ilegales muy redituables, pero poco disruptivas del medio social en que operaban. Obviamente el contraste con lo que nos ocurre hoy se presta a la reflexión.
Los personajes de Inclán conforman un pequeño grupo de rancheros —clase media rural— que organiza todo un sistema de contrabando de hojas de tabaco —finalmente una droga, aunque aún no reconocida como tal—. La trama está enmarcada por las formas en que la organización burla una y otra vez los embates de una autoridad débil e inepta y sin apoyo entre la población. Y es que desde la época colonial el gobierno tenía un monopolio sobre el comercio del tabaco que era una fuente insustituible de recursos para el erario, de ahí que su contrabando fuera visto como delito grave por gobiernos siempre en crisis fiscal. Por otro lado, ese contrabando era una actividad muy lógica para jóvenes rancheros emprendedores en medio de una economía en ruinas por la guerra civil. Finalmente, los numerosos auxiliares involucrados en la empresa no consideraban ilegítima una actividad que en la práctica les beneficiaba a ellos y a la comunidad, en tanto no lastimara al entorno social.
Los “charros contrabandistas” de Inclán prosperan porque, entre otras cosas, supieron generar lealtades y una fuerte alianza con la población rural de su región. Ese entorno los proveyó de “halcones” que les informaban sobre los movimientos de las fuerzas del gobierno, de arrieros, de mesones a lo largo de la ruta y de refugio en coyunturas peligrosas. Por su parte, los contrabandistas daban ayuda a los necesitados y proveían de seguridad en el entorno eliminando a los gavilleros que se aventuraban a operar en sus zonas de influencia. Finalmente, gracias a su astucia y a la casi ausencia de Estado, el jefe de la organización pudo pasar por un tiempo como el gobernador nombrado por un gobierno central descentrado.
Los “Hermanos de la Hoja” como se conocía a estos contrabandistas, tienen similitudes con los cárteles del narco de hoy: su desafío abierto y exitoso a la autoridad, control sobre su zona de operaciones, armamento equiparable al de las fuerzas del gobierno y, sobre todo, una base social de apoyo. Sin embargo, resaltan como diferencias fundamentales dos: que hoy sí hay un Estado y que Inclán no incluyó la violencia, brutalidad y abuso de poder como características de los contrabandistas.
Lo relevante de leer Astucia hoy es que ofrece claves para entender el problema específico de la actividad delictiva organizada a gran escala en nuestro país, sobre todo el papel decisivo del entorno social. Los contrabandistas de Inclán sólo pueden operar a lo largo de su extensa ruta gracias a que pudieron relacionarse positivamente con la parte popular de la sociedad y establecer con ella una relación de ayuda mutua, lealtades y solidaridades impenetrables para la autoridad.
De lo anterior se deduce que hoy para neutralizar a un crimen organizado poderoso es imperativo que la acción del Estado rompa esa relación, pero menos con la fuerza y más con el ejercicio de una política social efectiva. Claro, diseñar y poner en práctica esa política y a estas alturas es una tarea difícil en extremo.