En el discurso presidencial de la 4T aparece con frecuencia el concepto “humanismo mexicano” (HM), un término que no es de uso corriente y su contenido no es de definición evidente.
El humanismo sin adjetivos lo mismo se puede emplear para caracterizar una filosofía, que un método o sólo un conjunto de creencias y valores. El término se acuñó en Alemania en el siglo XIX con referencia al interés que despertó durante el Renacimiento europeo el estudio de la Grecia clásica. Quizá la afirmación de Protágoras (485-411 a. C.) condense su esencia: “El hombre es la medida de todas las cosas”, pues fue ahí, Grecia, donde empezó a concebirse que el destino del individuo no dependía del capricho de los dioses. Cada ser humano, en tanto ente racional y autónomo, tenía la libertad para establecer una relación positiva, inteligente y moral consigo mismo y con su entorno. Tendrían que pasar siglos antes de que esta visión antropocentrista se retomara y expandiera. El humanismo actual tiene variantes, pero en todas se destaca el valor de la dignidad de la persona y la confianza en sus capacidades como ente racional, moral y libre para elevar las condiciones materiales y éticas de un entorno siempre perfectible.
Ahora bien ¿dónde entraría en esta concepción del humanismo lo propiamente mexicano (HM)? El contenido del adjetivo sólo lo puede proveer una interpretación de la propia historia de la comunidad, del ejemplo de las conductas, decisiones e ideas desarrolladas por las figuras icónicas de cada época. Según esta interpretación, una raíz del HM se encuentra en ese momento traumático de la irrupción violenta del poder europeo en las varias y complejas sociedades originales de Mesoamérica. Es en el rechazo a los efectos sociales negativos de la conquista y la colonia, algunos de los cuales han seguido vigentes en el México independiente, donde habría adquirido forma y contenido el HM. Desde esta perspectiva, la sociedad colonial significó una dominación que, si bien es históricamente explicable, es condenable moralmente por sus efectos nocivos sobre individuos y comunidades. El contenido del humanismo europeo lo desnaturalizó la dominación colonial.
En su origen, el HM se nutrió del rechazo a aspectos muy concretos de la inhumanidad y del agotamiento del orden cultural, político y económico colonial. La dura lucha por la independencia y la violenta confrontación de proyectos de nación a que dieron lugar los esfuerzos por dar forma a un estado nacional inspiraron entre las élites un torrente de ideas. Las mejores de ellas —reducir los abismos entre clases, igualdad jurídica y democracia política— se plasmaron en juicios y proyectos —algunos realmente ambiciosos y utópicos—, que identificaron los grandes problemas nacionales y propusieron transformaciones práctica y moralmente justificadas para sustituir instituciones anacrónicas y valores que impedían el surgimiento de un espíritu de patriotismo y confianza.
A un enorme costo en vidas y bienes, se dio forma al Estado laico y con un fuero militar acotado. Tras la caída del régimen porfirista en 1911, el ideal agrario del zapatismo fue derrotado militarmente pero no moralmente y triunfó en la gran reforma agraria del cardenismo. La expansión de la educación pública —la utopía vasconcelista—, entró a formar parte medular del HM. La independencia de España y los conflictos que estallaron con Estados Unidos y potencias europeas, echaron los cimientos de un rechazo popular al sometimiento de los mexicanos a intereses económicos y políticos de las grandes potencias.
Desde su origen como país independiente quedó claro a las élites liberales que la tarea central en México era derribar los grandes obstáculos históricos que impedían la construcción de una nación independiente, republicana y de ciudadanos con disposición a practicar una a solidaridad nacional. A lo largo de dos siglos y a sangre y fuego, ese conjunto de ideas adquirió contenidos, aunque una y otra vez distorsionados por los intereses creados y la corrupción.
En la etapa contemporánea, el HM puede concebirse como un marco para tratar de lograr que sus metas y valores lleguen a vivir como realidad. Obviamente a ese marco original deben añadirse otros más actuales: igualdad de género, pensión para los adultos mayores y un sistema de salud universales, disminución de la desigualdad, reforma judicial, combate al crimen organizado y más. En fin, que el proyecto nacional es una empresa siempre en proceso de construcción, pero el humanismo, que no es patrimonio de un partido sino nacional, debe mantenerse como constante.