La inesperada muerte de Antonio Helguera , caricaturista de La Jornada, priva a nuestro debate público de un dibujante excepcional de lo político desde la izquierda.

La caricatura de contenido político en México emergió con los primeros esfuerzos por forjar la nación y acompañó la evolución de la disputa en torno a la naturaleza del sistema de gobierno —monarquía constitucional o república, república unitaria o federal, ciudadanía universal o restringida, etcétera. En vista de que ese debate se ha reanudado, la caricatura está de nuevo en su centro.

Cuando se habla de políticos lo primero, y a veces lo único, que se viene a la mente son los individuos que toman las decisiones sustantivas en las instituciones gubernamentales. A veces también incluimos en el concepto a quienes disponen de instrumentos de presión sin ser parte del aparato de gobierno: grandes capitalistas , dirigentes de partidos, directores de medios de comunicación, jerarcas religiosos, líderes sindicales y otras figuras similares. Pero hay una tercera categoría: espíritus singulares que, sin cargos institucionales, grandes fortunas u organizaciones, logran por su sola capacidad influir en la percepción que los ciudadanos tenemos del entorno social y del juego de la dominación. Es en esa medida que ellos también hacen política y son políticos. A esta última categoría pertenecía Antonio Helguera: analista sistemático del fenómeno del poder, crítico muy agudo del régimen mexicano postrevolucionario y neoliberal y, desde luego, artista gráfico de gran calidad, sensibilidad y sentido del humor.

Idealmente, la caricatura política —género de larga prosapia— es una opinión, una tesis, que debe expresarse con un dibujo y un texto muy breve o incluso sin texto, cuyos trazos destacan —y con frecuencia exageran— ciertas características de personajes y situaciones relacionadas con algún tipo de predominio que normalmente son complejas y lo hace de tal manera que su mensaje es comprendido de inmediato, de un vistazo. Todo lo anterior debe tener en cuenta a un público familiarizado con el tema, pero no experto en el mismo. Por lo común, imagen y texto están elaborados con un sentido de humor ácido.

La caricatura política está en su elemento cuando critica, cuando pone en evidencia las contradicciones, incongruencias, abusos y corrupción de los que mandan, sean como parte de un gobierno o de los otros poderes, es decir, de los fácticos.

Ser un buen “monero” puede ser una vocación chispeante, pero de ninguna manera una tarea fácil. Lograr todo un editorial mediante un “cartón” requiere, además del manejo de la complejidad del fenómeno y su entorno, tener la información al día y pasarla por el tamiz de un conocimiento amplio de la realidad social que se tiene que exponer de manera simplificada, obviamente distorsionada pero no falsa en su esencia.

Por todo lo anterior los buenos caricaturistas pueden llegar a ser líderes de opinión, armados sólo de ideas, de eso que hoy se llama poder blando (soft power), toman partido en la contienda ideológica. También por eso es qué la caricatura política es con frecuencia parte importante del relato histórico, porque revela de manera sucinta, evidente, y a veces brutal, la naturaleza de los problemas de una época. No son muchos los caricaturistas políticos que pasan con éxito la prueba del tiempo, como si lo lograron José Guadalupe Posada , Eduardo del Río —Rius— o Rogelio Naranjo , entre otros.

Todo buen “monero” es creador único, singular. La caricatura de lo político mantiene hoy y aquí una gran vitalidad y capacidad de adaptación. Pero son muy pocos los caricaturistas que hacen un verdadero arte de su oficio. En ese sentido Helguera es verdaderamente irremplazable.

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