A la memoria de Ricardo Rocha
Aunque de manera desigual, el cambio de régimen avanza en varios de los frentes donde chocan la 4ª Transformación (4T) y el viejo sistema. En la lucha por disminuir la enorme brecha entre ricos y pobres, en el castigo a la gran corrupción o en la neutralización de la violencia del crimen organizado, la 4T ha ganado poco terreno, pero mucho ha avanzado en el campo político-electoral. Y el indicador de ese cambio se tiene en la transformación del sistema de partidos y, sobre todo, en la disminución del papel y la posición del PRI en el mismo.
Tras funcionar sin interrupción por siete décadas, la simbiosis presidencia-PRI llegó a su fin con la elección del 2000, aunque no enteramente como se pudo ver en 2017 en las elecciones para gobernador en el Estado de México. Entonces, el poder federal encabezado por un mexiquense, —Enrique Peña Nieto— volvió a volcar sus recursos en apoyo del candidato del PRI —Alfredo del Mazo Maza— y aunque oficialmente Del Mazo triunfó lo hizo con apenas el 33.56% de los votos.
Bajo el antiguo régimen el PRI mexiquense pudo construir y consolidar una maquinaria de control político única, formidable: la del “Grupo Atlacomulco” (GA), que empezó a echar raíces al amparo del gobernador Isidro Fabela, un abogado maderista y diplomático del carrancismo y posteriormente del cardenismo y que en 1942 asumió la gubernatura de su estado como interino pero que tras una maniobra poco clara continuó como sustituto. Desde ahí Fabela empezó a dar forma a lo que terminó por conocerse como el GA, una hermandad política que combinó hasta casi la perfección la disciplina interna con un autoritarismo abierto, corrupción y jugosos negocios privados al amparo del poder político. El GA alcanzó su momento cumbre bajo el liderazgo de Carlos Hank González y con altas y bajas lo mantuvo hasta hace una semana.
El paso del tiempo modificó el entorno político y social mexiquense pero el GA no cambió y finalmente tras la elección del 4 de junio, los herederos de Fabela y Hank González, sin el cobijo del gobierno federal, debieron reconocer su derrota en las urnas y aceptar que su estado engrosara la lista de 22 entidades donde ya gobierna la 4T.
Hasta ahora el GA había logrado permanecer y actuar como un histórico “corazón de las tinieblas”, para usar el título de la novela de J. Conrad, pero su empeño en permanecer fiel a su modus operandi como lo acaba de mostrar la investigación sobre facturas falsas por millones de pesos y que involucra a quien fuera la candidata priista a gobernadora, le impidió adaptarse a los nuevos tiempos y ese núcleo del priismo puro y duro terminó por sucumbir con pena y sin gloria.
La derrota del GA constituye un buen indicador del grado de transformación de la naturaleza de la vida política en México que se refuerza por otro cambio equivalente en la contraparte del PRI: la modificación del proceso de sucesión presidencial de Morena.
Tras las elecciones mexiquenses, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha puesto en marcha un mecanismo sucesorio que es la antítesis del que prevaleció en el PRI. Durante el período clásico del antiguo régimen algunos observadores del sistema priista emplearon el concepto de la “caja negra” para tratar explicar el obscuro proceso en virtud del cual el presidente saliente designaba a su sucesor. Frank Brandenburg por ejemplo, imaginó en The Making of Modern Mexico (1964) las negociaciones del presidente saliente con las élites mexicanas hasta llegar a un consenso sobre el sucesor y una vez tomada la decisión el “destape” se posponía al máximo para que el presidente que terminaba no empezara a perder poder. El resto del proceso era predecible y el resultado asegurado de antemano.
Hoy el Presidente conserva su centralidad en el proceso de sucesión mantiene su centralidad en el proceso, pero éste ya no es ya un misterio. El grupo del que saldrá el candidato de Morena se forma a la vista de todos, es plural y en principio será el resultado de una encuesta abierta y no la voluntad presidencial el factor determinante. Por otra parte, la voluntad del electorado conllevará ya ese elemento de incertidumbre propio de todo ejercicio democrático.
Los mexicanos estamos embarcados de nuevo en un proceso político inédito y el fracaso no debiera ser ya alternativa.