“Los cárteles [del narcotráfico] son quienes administran México, pueden quitar al Presidente en dos minutos”. Esta afirmación tan contundente y brutal como falsa hecha por el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, el pasado 23 de julio a Fox News, ¿es parte del tic…tic de una bomba de tiempo política que Donald Trump y su vicepresidente J. D. Vance están colocando en la frontera sur para detonarla cuando lleguen, si es que llegan, a la Casa Blanca tras las elecciones del próximo cinco de noviembre?

Lo declarado por Trump en la citada entrevista con Fox News y antes, en muchas otras ocasiones, implica que a ojos del republicano y los suyos, en México el gobierno es sólo una fachada tras la que se ocultan los verdaderos poderes del país: los cárteles de la droga que envenenan a la sociedad norteamericana. Desde esa perspectiva, nuestro país es un narcoestado y por tanto un gran peligro para Estados Unidos. Y ese peligro es aún mayor porque México es también el origen de una invasión silenciosa de indocumentados —Trump asegura que suman ya entre 15 y 20 millones, aunque el Pew Research Center pone una cifra un poco más baja, 10.5 millones en 2021 y, desde luego, los mexicanos son sólo una parte del total. A ojos de Trump, esos indeseables son responsables, entre otras cosas, de la inseguridad de los ciudadanos norteamericanos, de robarles empleos y de algo aún peor: de “envenenar la sangre de nuestro país”.

Definido el “peligro mexicano” en los términos anteriores, ¿cómo proceder? De entrada, el candidato republicano propone cumplir la promesa que hizo en 2016 y que no cumplió: terminar el “muro de Berlín” en los 3,152 Km. de la frontera sur pero ahora acompañado de redadas y deportaciones masivas de indocumentados, empleando para ello no sólo a la Patrulla Fronteriza sino a todas las agencias disponibles incluyendo a la Guardia Nacional y al ejército. En este contexto, el líder de Make America Great Again se ha comprometido a llevar a cabo la mayor expulsión masiva de extranjeros en la historia norteamericana, es decir que opacaría en cifras —que no en objetivo— a todas las anteriores, como la que tuvo lugar durante la Gran Depresión de los años treinta o la llamada “espaldas mojadas” de mediados de los 1950. Según las encuestas disponibles, hoy el discurso xenófobo de Trump se apoya en una realidad: una mayoría de los ciudadanos norteamericanos apoyaría esta política, (Axios Vibes survey by The Harris Poll, 25/04/2024).

En suma, el trumpismo presenta y define a México y los mexicanos como un peligro existencial para Estados Unidos y por tanto actuar directamente contra los cárteles de la droga, incluso en territorio mexicano, e intervenir contra la migración indocumentada, serían acciones en defensa propia. Y ambos temas son apenas unos de los elementos de la plataforma del candidato republicano que pueden dañar seriamente a nuestro país.

Desde inicios del siglo XIX, Estados Unidos ha empleado como instrumento de política exterior uno que se coloca entre la negociación amigable y la guerra y que es el de las sanciones económicas. En la actualidad un tercio del total de miembros de la comunidad internacional han sido objeto de algún tipo de sanciones económicas por parte de Washington, donde hay toda una dependencia especializada en el uso de este instrumento (Washington Post, 25/07/24). Cuando Trump fue presidente ya empleó la amenaza económica para presionar a México.

En el pasado y pese a la asimetría de poder, México ha logrado defender con éxito sus intereses frente a las presiones norteamericanas. Y en más de una ocasión lo logró aprovechando que en la agenda norteamericana había temas internos y externos más urgentes que desviaron la atención y energía de Washington. Desafortunadamente hoy Trump y el trumpismo han colocado entre sus prioridades nacionales el tema de los indocumentados y suponen que pueden resolverlo según sus métodos de presión.

Para México en general, y para la administración de Claudia Sheinbaum en particular, una segunda presidencia de Trump supondría un problema mayúsculo. Desde luego que existe el factor fortuna al que Maquiavelo le atribuyó la última palabra en asuntos políticos. Y es que una presidenta demócrata en 2025 al norte de la frontera —Kamala Harris— sería un buen horizonte. También es claro que el proyecto trumpista sobre México choca con los intereses de las grandes empresas norteamericanas que desean aprovechar los bajos costos de producción en nuestro país y la cercanía geográfica —el nearshoring. Y en el mismo sentido opera la lógica de la rivalidad económica y política de Estados Unidos con China y en ese contexto una relación positiva México-Estados Unidos es de mutua conveniencia como una y otra vez lo ha subrayado el presidente Andrés López Obrador.

En fin, el tic…tic de la bomba que Trump dice que hará detonar para cambiar la naturaleza actual de la relación actual entre México y Estados Unidos puede detenerse si el republicano pierde la próxima elección presidencial en su país o si la misma complejidad de la relación bilateral hace que sus planes tan simplistas como tenebrosos, simplemente fallen.

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