No fue Otto von Bismark el primero en definir a la política como el arte de lo posible, pero como arquitecto del Imperio Alemán, él fue quien le dio sentido real a esa definición.
Hoy, cuando al gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) le resta sólo año y medio para redondear su programa político original —el que logró la aceptación del 53% de los electores en 2018—, y que tuvo un respaldo ganado a contracorriente de nuestra historia, puede decirse que también aquí la política de AMLO corresponde a la definición de ese ejercicio del poder público como el arte de lo posible.
Tras 71 años de priismo puro y otros 18 de mixtura de priismo con el panismo, AMLO le propuso a México tomar un camino diferente en materia de gobierno, uno que condujera al país a funcionar bajo el lema de “primero los pobres”, es decir, donde el poder político colocara como objetivo prioritario la atención de las necesidades básicas de quienes por generaciones han sido relegados a los sótanos de la pirámide social.
La propuesta de AMLO implicaba no sólo un cambio en las formas de ejercer las responsabilidades del poder gubernamental sino algo más ambicioso y más difícil: sin trastocar las bases de la economía de mercado, del capitalismo triunfante tras la Guerra Fría, transformar el régimen de tal manera que dejasen de operar las reglas escritas y no escritas que le han permitido a una minoría privilegiada, a una oligarquía, acumular riqueza de manera desmedida, abusiva, mientras otra parte de la sociedad carece de lo mínimo indispensable para dar dignidad a su existencia.
El proyecto de nación que el lopezobradorismo echó a andar en un entorno hecho para acomodar a una sociedad muy desigual, sin tradición democrática y gobernada por una clase política dedicada por generaciones a usar su poder para extraerle riqueza y mantener las desigualdades de clase y regiones, ha significado, si no una revolución, sí un cambio que ha cimbrado el edificio institucional y generado multitud de desafíos para AMLO y los suyos. La propuesta implica modificar los mecanismos formales e informales de relación entre las élites, el gobierno y la sociedad, pero sin reformar a fondo la estructura legal e institucional heredada, pero ya no operando con las reglas autoritarias del pasado sino con las de una recién estrenada democracia liberal. En esta coyuntura, y con una oposición partidista dispuesta a obstaculizar el cambio de un sistema que tanto le favoreció —por corrupto— hasta apenas ayer. Sin ser mayoritarios en las urnas o el congreso, los contrarios al cambio sí disponen de recursos económicos sustantivos, de una red de medios de comunicación nacionales e internacionales, de enclaves políticos estratégicos —el poder judicial y ciertos órganos autónomos—, lo que ha orillado al lopezobradorismo a tener que desarrollarse básicamente como un arte de lo posible.
Para concluir algunas cifras y datos que avalan la urgencia y justicia del eslogan “primero los pobres”. En un país de 126 millones de habitantes y de bajo crecimiento económico —2% anual del PIB en promedio a lo largo de las últimas décadas—, pero de alta y sostenida concentración de la riqueza, las fortunas de las cinco personas más ricas —y según datos de Forbes o Blumberg— suman ya más de 160 mil millones de dólares. La otra cara de esa misma moneda está en los datos del INEGI y el CONEVAL: en 2022 el 40% de la población mexicana tuvo un ingreso laboral inferior al valor monetario de la canasta alimentaria básica. Para ese amplio México, el trabajo honrado simplemente no reditúa. ¿Sorprende que muchos concluyan que lo redituable es incorporarse al entorno de lo criminal?
Una forma de concluir este artículo y subrayar la enormidad del reto de la política como arte de lo posible es la conclusión a la que ha llegado Paul Krugman, premio Nobel de Economía: “Pocas veces en el curso de la historia moderna se ha concentrado tanta riqueza en las manos de tan pocos” (NY Times 11/04/23).