Desde antes de que hiciera su aparición en el escenario mexicano el Covid, ya la oposición y los medios de difusión se mostraban implacables en su crítica a la política económica y social del lopezobradorismo. Con la pandemia esa visión negativa adquirió tonos apocalípticos. Al final el país no se vino abajo pero ya no es el mismo.
Al aparecer el virus en 2020, el Presidente no optó, como lo demandó el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), por condonar impuestos ni dar estímulos fiscales al sector empresarial, sino que decidió aprovechar la coyuntura para acelerar el arranque de su proyecto de largo plazo: dejar atrás el neoliberalismo y empezar a dar contenido al lema de “primero los pobres”. Y por eso se desoyó al CCE y, en cambio, se incrementó el gasto en salud pública, en programas sociales y de infraestructura. Se trataba de impedir que cayera el poder de compra de las bases de la pirámide social y generar, hasta donde se pudiera, el empleo propio de las grandes obras.
Si el paradigma anterior a 2018 era el del goteo —si se mantiene el riego en la cúspide de la pirámide social gotearía en la base— AMLO optó por un paradigma opuesto: el de los vasos comunicantes: si se riega la ancha base de esa pirámide, un fenómeno parecido al de los vasos comunicantes terminará por humedecer la cúspide, pero además se afianzaría la relación entre los sectores populares favorecidos y el lopezobradorismo.
Y ya se puede empezar a ver que la idea del Presidente ha empezado a funcionar. Según las encuestas, el apoyo al Presidente y a su política se mantiene ya que el corazón de esa política es ejercer a fondo el poder presidencial para empezar a redistribuir de manera menos inequitativa los beneficios de la creación de la riqueza y hacerlo de manera pacífica.
La gran distancia entre ricos y pobres fue una característica muy marcada del México colonial. El proyecto nacional de los insurgentes, según lo señaló en 1813, José María Morelos, era dar forma a un sistema político democrático en donde se “moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre”. Sin embargo, esa insurgencia representada por Morelos no triunfó ni tampoco su proyecto, aunque su utopía como tal no se perdió. El primer medio siglo de independencia se caracterizó por una feroz y destructiva disputa interna que desembocó en el México oligárquico del porfiriato. La revolución iniciada en 1910 terminó con la neutralización de sus corrientes más radicales y la revolución se interrumpió, como bien lo asentó la tesis de Adolfo Gilly, y la política redistributiva de esa revolución sólo tuvo una breve oportunidad durante el cardenismo (1934-1940).
A partir del sexenio alemanista (1946-1952) la maquinaria del poder de un presidencialismo autoritario de partido de estado volvió a recrear un México oligárquico que con Salinas de Gortari (1988-1994) impuso un proyecto neoliberal donde se hizo realidad un glasnost (transformación económica) sin perestroika (cambio de régimen). Sin embargo, las últimas cifras del INEGI permiten suponer que de continuar el proceso inaugurado por la victoria electoral del lopezobradorismo, quizá la utopía de Morelos pueda adquirir realidad y se logre moderar la opulencia y la miseria.
Las últimas cifras del INEGI nos muestran que el PIB ha vuelto a crecer (3.7% en los dos últimos trimestres, lo que se encaja bien a nivel mundial), que el índice de desigualdad de Gini ha disminuido al pasar de 0.448 en 2016 a 0.402 en 2022, que el poder adquisitivo del salario mínimo aumentó lo mismo que el ingreso corriente promedio de los hogares: el 10% de los más pobres creció en 20.4% entre 2016 y 2022 y el del 10% más rico disminuyó 13.2%. Bien, pero el camino por recorrer en materia de desigualdad es largo: en 2022 la distancia entre el ingreso promedio trimestral del 10% de los hogares más pobres y el 10% de los más ricos es enorme: $13,411 contra $200,696.
En suma, la recuperación de la economía mexicana es un hecho y la brecha de la desigualdad entre las clases empieza a reducirse. Pero esa brecha es tan brutalmente amplia que el “primero los pobres” debe continuar hasta que esa maldición de nuestra historia que es la desigualdad social sea efectivamente historia y ya no presente… ¡por el bien de todos!