El proyecto “Primero los pobres” le pasó factura en las urnas al partido de Andrés Manuel López Obrador . En principio, esa prioridad por los pobres busca algo que rara vez ha ocurrido en nuestra historia y nunca por largo tiempo: hacer que las clases económicamente desfavorecidas y socialmente subordinadas vean al gobierno como algo no ajeno sino propio.
En las últimas elecciones las encuestas pronosticaban una mayoría simple para Morena de 40% o más, pero se quedó en 34%. Y es que, entre otros factores, parte de la clase media votó en mayor proporción que lo esperado y lo hizo en respaldo de una coalición identificada con el status quo ante.
El concepto de clase nos remite a la estratificación social, a como se encuentra jerarquizada la estructura laboral, la escala de ingresos y la estructura de poder. Aquí el aspecto subjetivo es importante: la auto identificación como clase media de muchas personas que los indicadores no avalan. Por tanto, subjetivamente hay más clase media de lo que objetivamente es el caso.
Marx colocó a las clases en el centro del análisis de la dinámica social y Antonio Gramsci exploró a fondo el tema de que tan conscientes son las clases de sus intereses objetivos. Quienes están en el tope de la pirámide social suelen elaborar e imponer un discurso sobre la naturaleza de un régimen que induce a los grupos subordinados a imaginar que sus intereses y los del grupo dominante son compatibles y, por tanto, en ocasiones, los supeditados aceptan y defienden un “orden natural” donde es legítimo que los pocos reciban mucho y los muchos poco.
Cuando un sistema político propicia una concentración excesiva de la riqueza y los privilegios, circunstancias inesperadas pueden dar paso a movimientos sociales que desembocan en estallidos de violencia. En México en 1810 y 1910 la hegemonía del pensamiento monárquico o porfirista, y que parecía tan sólida, súbitamente se resquebrajó y algunos sectores medios se insurreccionaron. Sin embargo, en cuanto la conspiración criolla inicial de 1810 se vio obligada a incluir a grupos populares la violencia se generalizó —como lo mostró la toma de Guanajuato— y buena parte de los estratos medios se horrorizaron y se volvieron anti insurgentes. Un siglo más tarde, cuando Zapata “El Atila del Sur” y Villa se hicieron presentes como parte de la revolución, parte de los sectores medios perdieron su entusiasmo por el cambio.
En un ensayo titulado “trumpismo sin fronteras” Thomas Edsall (New York Times, 16/06/21) detecta a nivel mundial un rechazo de sectores medios a que se usen recursos públicos para apoyar a grupos desprotegidos porque no se “han ganado” esa ayuda. Finalmente, como apuntó Corey Robin en The reactionary mind (2013), no se necesita ser parte de la élite para sentirse ofendido y amenazado por movimientos en el subsuelo social; muchos que apenas califican como clase media simplemente detestan que los históricamente subordinados se empoderen.
Elementos como los señalados pueden explicar parte, pero sólo parte, del revés que el lopezobradorismo se llevó entre los estratos medios. Sin embargo, bien entendida, es precisamente a las clases medias y altas, a quienes les conviene una política que lleve a cabo pacífica, paulatina y de forma bastante moderada, la incorporación a los beneficios y procesos de la acción política de grupos clasificados como pobres. Después de todo esos sectores representan alrededor de la mitad de los mexicanos. Desde esta perspectiva, la destrucción catastrófica de los regímenes coloniales y porfirista en el pasado no parecieran ser lecciones bien asimiladas por grupos importantes de nuestra sociedad a los que conviene evitar la repetición de los errores que en el pasado desembocaron en soluciones catastróficas.