En la coyuntura actual de México es evidente que la calidad del liderazgo político es una variable muy relevante.
Jorge Plejánov en su ensayo de 1898, El papel del individuo en la historia, afirmó respecto a la importancia de ciertos “grandes hombres” en la conformación de los también grandes procesos que dan forma a una época. “[E]l individuo —dice el revolucionario ruso— no puede poner de manifiesto su talento sino cuando ocupa en la sociedad la situación necesaria para poder hacerlo”. Un individuo sin talento, pero al que las inercias lo elevaron a una posición de mando suele fallar cuando se complican “las causas generales”. Para Plejánov, el éxito del líder político depende de su talento personal y voluntad sólo si las circunstancias le permiten desplegar su capacidad a plenitud. Sólo en condiciones revolucionarias un joven militar corzo sin pedigrí, como Napoleón, pudo irrumpir en la historia y tener en sus manos el destino de Europa.
El tema de la calidad del liderazgo se hace cada vez más evidente al considerar la coyuntura política y social en que hoy se encuentra México. Desde los 1960 hay movimientos significativos en las capas tectónicas de nuestro arreglo social que son mezcla de cambios en las estructuras de clase y demográficas, en el sistema económico, en la cultura y en la estructura del poder interna e internacional y son la razón de fondo de coyunturas políticas y electorales como las de 1968, 1988, 1994 (EZLN), 1997, 2000 o 2018. Esas circunstancias abrieron la posibilidad de que emergieran liderazgos que cuestionaron con éxito los fundamentos, mecanismos y resultados del viejo sistema político autoritario. Dos tipos de oposiciones, una de derecha y otra de izquierda terminaron por desplazar al grupo que por decenios monopolizó el poder.
Al final, la oposición de derecha optó por cogobernar con los remanentes del viejo régimen. Los dirigentes y las bases de la izquierda más radical y armada, el EZLN, se mantuvieron radicales, aunque encapsulados en su región de origen, el sureste. Otro sector intentó recorrer el camino institucional pese a las deserciones y lo cargado de los dados en el juego electoral. En 2018 esta izquierda logró aprovechar muy bien el desgaste de las derechas para llegar al poder por la vía de las urnas. Y en este proceso el papel del líder, es decir de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), fue decisivo: usó plenamente su conocimiento de la estructura social, de las culturas políticas de las clases y de las regiones acumulado por años de recorrer el país a ras de suelo para construir, en un tiempo muy corto, un partido-movimiento que le llevó a la presidencia. Ya en Palacio Nacional AMLO optó por el recorrido incesante del país, políticas distributivas de efecto inmediato en la amplia base de la pirámide social —becas, programas de empleo, respuesta ágil al Covid— echó mano de un medio novedoso de comunicación —las conferencias mañaneras— más acciones de austeridad y contra la corrupción endémica, para expandir su base social pese los efectos negativos de las malas condiciones económicas e insistir en que la meta de largo plazo debe ser el cambio en la naturaleza de la relación de poder entre las clases sociales y entre éstas y el gobierno.
Por otro lado, es cada vez más claro que en las derechas cuentan con bases sociales disponibles y con una clara animadversión a AMLO en lo personal y a su proyecto. Pero que, pese a haber conformado un frente unido y contar con apoyo de grupos económicos fuertes, carecen de líderes con capacidad de aprovechar los recursos políticos y económicos con efectividad.
En suma, hoy la calidad de los liderazgos políticos son una variable que explica, más que en otros períodos de nuestra historia, la naturaleza de la coyuntura política mexicana.
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