En El estilo personal de gobernar (Joaquín Mortiz, 1974), Daniel Cosío Villegas puso de relieve la importancia del estilo presidencial como variable explicativa del período presidencial de Luis Echeverría (1970-1976).

El estilo no es sólo una manera peculiar de decir o hacer algo, sino que es reflejo de las prioridades y valores de una persona.  ¡Y vaya que sí Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha obligado lo mismo a analistas que a los ciudadanos en general a fijarse y juzgar su muy singular forma de hacer política!

La manera como el Presidente saliente está conduciendo el relevo presidencial en el marco de la 4ª Transformación contrasta con la tradición política mexicana. Veamos someramente esa tradición. El primer cambio formal en la cúspide de la estructura de gobierno del México independiente tuvo lugar en 1823 e implicó el estallido de un movimiento de rebeldía militar que pedía la renuncia a la corona del efímero Agustín I. Al proclamarse la república Guadalupe Victoria asumió el cargo de Presidente de México, pero al concluir su cuatrienio la disputa por ese cargo se caracterizó por una sistemática desobediencia a las reglas de la sucesión. Las presidencias efímeras no fueron entonces excepciones. Antes de la constitución del 57 hubo siete cambios presidenciales en un solo año (1833), cinco en 1847 y cuatro en 1844, 1846 y 1855. A raíz de la Guerra de Reforma y la restauración de la república hubo dos casos de prolongación indefinida en el cargo: los de Benito Juárez y Porfirio Díaz. También en ese siglo y en los primeros decenios del siguiente hubo quienes asumieron al mismo tiempo, aunque en diferentes lugares como presidentes o jefes del gobierno nacional.

Cuando el régimen de la Revolución Mexicana finalmente se estabilizó y las rebeliones quedaron atrás, los cambios presidenciales no programados siguieron. Entre 1928 y 1934 México vio a Álvaro Obregón como presidente reelecto y luego asesinado, a Emilio Portes Gil como presidente interino (1928-1930), a Pascual Ortíz Rubio como presidente constitucional que renunció al cargo (1930-1932) y Abelardo Rodríguez como presidente sustituto, (1932-1934). En contraste, a partir de la elección de Lázaro Cárdenas en 1934 la normalidad en el proceso sucesorio fue la regla, pero con una peculiaridad: que por sesenta años la transferencia del cargo presidencial se dio exclusivamente entre miembros del mismo partido.

Con el siglo XXI tuvo lugar la alternancia entre dos partidos en la presidencia: el PRI y el PAN. Esa alternancia en el cargo no alteró para nada lo sustantivo de la naturaleza neoliberal del estatus quo diseñaron desde antes los presidentes priistas. Sin embargo, en 2018 la contienda electoral se dio ya en un entorno pluripartidista —PRI-PAN-Morena— que desembocó en el triunfo de la izquierda lopezobradorista.

La victoria de AMLO en 2018 implicó una transformación notable en el estilo presidencial de gobernar como parte de un cambio mayor: el de la naturaleza del régimen político, es decir en la forma y contenido de la política en su nivel más alto. Y el estilo personal actual del quehacer presidencial se ha mantenido hasta el final del proceso de transferencia del cargo a la sucesora, a Claudia Sheinbaum.

Es verdad que en 2024 México ha vuelto a presenciar algo ya conocido: la entrega de la banda presidencial entre correligionarios —aunque esta vez es una correligionaria y compañera de lucha— pero el estilo y el contenido son diferentes. La próxima Presidenta ganó su elección en un entorno de competencia genuina y si en el pasado priista el sucesor se sentía obligado a marcar desde el inicio sus distancias con el saliente —debía matarlo simbólicamente— en el proceso actual el cambio de estafeta se da como parte de otro proceso de cambio mayor, el de régimen, que requiere lo contrario: poner el acento en la continuidad del proyecto y en la cohesión dentro del equipo gobernante. Y es aquí donde el estilo personal de AMLO también contrasta con las sucesiones presidenciales entre priistas.

El Presidente saliente se ha empeñado en acentuar la continuidad transexenal de la 4T mediante giras de fin de semana por el país en compañía de la presidenta electa y nueva líder de Morena con el compromiso expreso y reiterado que él va a seguir ejerciendo plenamente su responsabilidad presidencial hasta el 1° de octubre pero que a partir de esa fecha desaparecerá totalmente de la escena para  aislarse en su finca de Palenque y no interferirá en nada con la tarea y centralidad política de la nueva presidenta. La oposición sostiene que ese compromiso es falso y que el AMLO carismático ya ha sembrado la semilla de su poder tras el trono.

Al final, será la realidad la que en el futuro cercano confirme o desmienta a AMLO expresidente y a la originalidad de su estilo personal de abordar su concepción de la responsabilidad y legado políticos.

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