Ya lo habían advertido Maquiavelo …y el sentido común: la operación política más difícil de emprender es el cambio en la naturaleza de un sistema de poder.

Los intereses ya creados harán todo lo que puedan para que el empeño fracase y muchos de los que inicialmente apoyaron la transformación terminarán como opositores si concluyen que no se les reconoció como esperaban o la transformación no les cuadró, (El Príncipe, cap. VI). El esfuerzo encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) por dar forma a un nuevo sistema político mexicano está enfrentando las oposiciones pronosticadas y más.

El longevo sistema priista, incluido su colofón panista, se vino abajo por, al menos, dos razones. En primer lugar, el paulatino y largo esfuerzo desplegado por un arcoiris de oposiciones que incluyó desde el panismo doctrinario, el navismo potosino, las movilizaciones estudiantiles del 68 y el 71 hasta los movimientos armados de Ciudad Madera, de Guerrero y las guerrillas urbanas y, finalmente, el neocardenismo del 88 y el neozapatismo chiapaneco, entre otros. De esta mixtura de proyectos saldrían las candidaturas presidenciales de AMLO en 2006, en 2012 y, finalmente, la ganadora en 2018.

La segunda razón fue una suerte de implosión del priismo que ni el auxilio panista evitó. Se trató de un fenómeno que tuvo similitudes con la implosión de la URSS . El peso de los excesos, contradicciones, errores de conducción, desgaste y corrupción institucionalizada, debilitaron desde dentro las estructuras de ambos sistemas. Ahora bien, a la URSS el contexto de la Guerra Fría le implicó un gasto excesivo, pero a México le dio la justificación para emplear una variedad de instrumentos antidemocráticos que las derechas local y externa apoyaron en nombre del anticomunismo. Sin embargo, el fin del enfrentamiento global Moscú-Washington , la llamada “tercera ola democrática”, los avances de la oposición pacífica y la pérdida a raudales de legitimidad por el desenfreno de su corrupción terminaron por agotar al régimen que surgió de la Revolución Mexicana .

Ahora bien, la victoria electoral del lopezobradorismo en 2018 no significó, ni de lejos, el fin del viejo sistema sino apenas la caída de su primera línea de defensa. Como sea, para el nuevo gobierno el problema está en la segunda línea de defensa del status quo, formada por una buena parte de las clases medias que ven en el “primero los pobres” una amenaza, por los apparatchikis de los anteriores gobiernos y hoy marginados o incluso bajo investigación, por medios de comunicación que por razones ideológicas o económicas se tornaron opositores, por grupos de empresarios obligados a modificar su relación con el gobierno, por académicos e intelectuales desplazados de los círculos del poder y, desde luego, por los partidos de oposición, aunque por ahora este conjunto tiene poca fuerza para recuperar posiciones frente a un AMLO que mantiene la aceptación pública del 60%.

Al concluir el último gobierno del PRI , el aparato institucional estaba tan deteriorado, la corrupción tan extendida y la desigualdad tan exagerada —el 1% más rico de la población recibe el 21% del ingreso— que ya no tuvo la capacidad de defensa del pasado y entregó la plaza. Este desenlace debería llevar a que los más visionarios dentro de los círculos opositores consideraran que el empeño por preservar sus privilegios prolongando la vigencia de un sistema ya muy agotado no era un proyecto viable, pues las disfuncionalidades se habrían acentuado, acumulado y la inconformidad podría haber tomado un camino diferente al de las urnas, un camino más peligroso para casi todos, incluidos los actuales descontentos y opositores.

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