Hay varios inéditos en la “4ª Transformación” y uno de ellos es su estrategia de comunicación. En sus conferencias de prensa “mañaneras”, cinco días a la semana, el presidente López Obrador (AMLO) ha podido enfrentar a un vasto y costoso aparato a disposición de sus adversarios y que comprende al grueso de los medios masivos de comunicación —prensa, radio, televisión, más un segmento de las redes sociales— que de tiempo atrás vieron en el político tabasqueño y en su movimiento Morena una peligrosa fuerza anti status quo y lo catalogaron no como una posible alternativa al régimen de la post Revolución Mexicana, sino como algo inaceptable: “un peligro para México”.

Hay ejemplos en el pasado de líderes que supieron apoderarse de micrófono y cámaras gubernamentales para comunicarse largo y tendido con los ciudadanos, pero lo hicieron con audiencias cautivas y no en el formato de “diálogo circular” entre AMLO y el grupo de periodistas que van a Palacio y que no siempre aceptan sus datos e interpretaciones. Este ejercicio cotidiano es un modelo de comunicación diseñado por el Presidente desde que era jefe de gobierno en la Ciudad de México y que le ha servido muy bien para mantener la iniciativa en el debate político, nacional y permitirle una comunicación sistemática con sus bases de apoyo, que se concentran en la parte inferior de la pirámide social mexicana.

Un antecedente interesante de “las mañaneras” como un instrumento presidencial eficaz en el contexto de un sistema político pluralista y en proceso de cambio no es el de la Cuba de Castro o la Venezuela de Chávez, sino el de los Estados Unidos del “New Deal”. Entre 1933 y 1944, Franklin D. Roosevelt, el 32° presidente norteamericano, mostró cómo desde la Casa Blanca se podía hacer uso óptimo de los medios de comunicación masiva, concretamente de la radio, para trasmitir directamente y en lenguaje sencillo a la masa ciudadana un gran proyecto político en marcha mediante unas “charlas junto a la chimenea”, en tiempos muy turbulentos. Sin embargo, esas charlas fueron apenas 31 en los 4,422 días que duró la presidencia de Roosevelt, en tanto que las de AMLO ya rondan las mil en apenas cuatro años. Las del presidente norteamericano no eran pláticas improvisadas sino exposiciones preparadas con antelación y mucho cuidado. En contraste, las “mañaneras” se caracterizan por una buena dosis de improvisación e imprevistos. Previo a la “mañanera” AMLO preside una reunión con su gabinete de seguridad, lo que lo mantiene al día en un tema que preocupa sobre manera a la opinión pública. Si bien su audiencia es nacional, el ejercicio se lleva a cabo frente a periodistas que están ahí para interrogar y en ocasiones para hacer cuestionamientos en tono agresivo. Sin embargo, incluso los intercambios hostiles terminan por ser funcionales, al sistema de AMLO pues le sirven de retroalimentación (feedback) que, en combinación con las giras y viajes presidenciales de inspección de fin de semana, ayudan a que a alrededor del mandatario no se genere la atmósfera de aislamiento presidencial —el “solitario de Palacio”—, tan común en la historia.

Es claro que el esfuerzo que demanda la rutina de una conferencia cotidiana es considerable, pero el resultado es positivo, pues entre otras cosas le ha permitido al Presidente mantener la iniciativa en la formulación de la agenda política nacional en un ambiente de gran polarización.

En fin, en las “mañaneras” el político de Tepetitán ha dado forma a un instrumento de comunicación novedoso, pero para emplearlo con éxito se requieren, entre otros elementos, una gran resistencia física y mental, pero también de una biografía que sostenga la credibilidad al discurso.

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