El pasado 1° de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) subrayó que la meta histórica de su gobierno es lograr un cambio de régimen, el cuarto en los dos últimos siglos. Sólo el tiempo permitirá saber si se logró o no tamaño objetivo.

Pero ¿qué es un régimen político? Si se recurre al Diccionario de política de Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, (Siglo XXI, 1982), se trata de “el conjunto de las instituciones que regulan la lucha por el poder y el ejercicio del poder y de los valores que animan la vida de tales instituciones” (p. 1409). En buena medida, las instituciones determinan la selección de los dirigentes y el ejercicio de su poder, pero no el contenido de ese ejercicio. Esto último corresponde a los valores que dan vida a tales instituciones. Veamos un ejemplo. Por largo tiempo México tuvo elecciones puntuales, pero se trató de una formalidad sin contenido, pues de antemano el manejo de las instituciones aseguraba la victoria de quien las controlaba y, al final, el proceso sólo servía para llevar a cabo ajustes internos y no para que los votantes decidieran el resultado: se trató de una institucionalidad formalmente democrática, pero realmente al servicio de valores autoritarios.

Hoy, la estructura institucional es la heredada, aunque con algunos cambios. Así, por ejemplo, el Estado Mayor Presidencial ya no existe, pero en cambio ha empezado a tomar forma una Guardia Nacional que deberá tener presencia en todo el país y un mando único para hacer frente a la creciente ola criminal. Sin embargo, en lo esencial, el entramado institucional no ha cambiado; sólo las revoluciones llevan al cambio estructural radical y rápido, y ese no es nuestro caso.

Hoy, lograr un cambio del régimen mexicano sólo puede efectuarse paulatinamente y mediante un remplazo de los valores que animan el ejercicio del poder a través de los instrumentos institucionales ya existentes.

La propuesta que abrió el mensaje presidencial del 1° de septiembre es una que ya implica una voluntad de cambio en la orientación de los valores que dominaron la política del pasado, especialmente de los que arraigaron a partir del sexenio de Miguel Alemán. Se trata de lograr la separación efectiva del poder político del poder económico.

En nuestro país se ha formado una oligarquía equivalente a la que se constituyó en el Porfiriato, al punto que actualmente cuatro familias acumulan una fortuna equivalente a más del 8% del PIB, (Gerardo Esquivel, Desigualdad extrema en México: Oxfam México, 2015, p.18). El sistema capitalista mundial favorece la concentración descomunal de la riqueza, (Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, FCE, 2015). Y esa naturaleza brutalmente inequitativa del capitalismo neoliberal se acentúa cuando el poder político acepta ponerse al servicio del económico, como ha sido el caso en México. Un ejemplo de ello es que a pesar de lo bajo de una recaudación fiscal (alrededor del 17% del PIB) que limita el gasto público social y en infraestructura, en los dos últimos sexenios se condonaron impuestos por 213 mil millones de pesos a un centenar de grandes contribuyentes (mensaje presidencial del 1° de septiembre). Hoy ya se cerró la puerta a este tipo de política para subrayar la separación de las dos esferas de poder.

La Revolución de 1910 le dio un golpe muy duro a la oligarquía porfirista con la reforma agraria, pero actualmente no es posible una solución semejante. Sin embargo, la austeridad en las formas de vida de la clase política, una lucha efectiva contra la corrupción pública y privada, más una reforma fiscal —que por ahora no se contempla pero que es necesaria—, puede desembocar en una sociedad más equitativa y con más justicia en la distribución social de cargas y privilegios.

Para el gobierno de AMLO, la viabilidad de México como Estado-nación requiere dar sentido al “primero los pobres”. Ese fue el proyecto zapatista que luego retomó el cardenismo, pero al final se abandonó. Si el cambio político del 2018 lograra dar forma a una sociedad más justa, menos corrupta y más segura, el régimen se habrá ganado el calificativo de nuevo. Claro, aún tiene muchas batallas por librar, pero el proyecto bien vale la pena.

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